Lo que queda del día

O comer o pagar impuestos o soluciones

Aunque PP y PSOE no vayan a ser (casi) nunca compañeros de viaje, comparten el pragmatismo político al que se ven empujados por las circunstancias, que nunca entienden de siglas, sólo de soluciones

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Dicen que la política hace extraños compañeros de viaje. No hay más que ver la candidatura de Junts pel Sí en Cataluña: si se ponen en la piel del votante tradicional de Convergencia podrán entenderlo mejor. Aunque también hay compañeros de viaje a los que extrañamente veremos juntos, caso de PP y PSOE, que es como si el Madrid y el Barça empezaran a compartir jugadores en mitad del campeonato. Su experiencia más relevante, en el País Vasco, no reportó los resultados esperados, pese a que lo que les unía era la decidida voluntad por contribuir a la convivencia en paz en Euskadi. Como en tantas otras ocasiones, se pusieron de acuerdo con la música, pero no con la letra. 

Esperar un pacto de gobierno entre PP y PSOE es tan improbable como que te ataque un tiburón en una piscina pública. De hecho, ninguno de ellos entiende su existencia sin el otro, sin arremeter contra el otro, como si de ese pulso dialéctico dependiera el sustento de sus respectivos militantes y simpatizantes -en el fondo, tanto uno como otro actúan como si se tratara de dos grandes clubes de fútbol, y por supuesto no les faltan sus hooligans-. Han podido comprobarlo durante la última semana en Jerez, donde a costa de los cien días de gobierno nos han ofrecido todo un muestrario de verdades y mentiras, sin temor a que muchas de ellas acaben en medias verdades, que es hacia donde suelen conducir este tipo de pulsos, en los que puede más el origen y el nudo que el desenlace.

El PP, por cierto, es quien lleva las de perder. Para empezar, porque no gobierna, o porque, desde su mayoría, siempre va a acabar en minoría. Y el PSOE, aunque le toque perder, ya sabe que siempre será el menos malo y que nunca correrá peligro, ya que conoce de sobra a sus compañeros de viaje, por mucho que no hayan decidido subirse a su vagón. Tienen, además, contraseña segura, que es palabra tabú en el PP -Gürtel- y no van a parar de pronunciarla hasta el 20 de diciembre como si se tratara de una de las fórmulas mágicas de Harry Potter para desarmar a su adversario -él, en realidad, decía “expelliarmus”, pero el efecto es el mismo-.

Anda, pues, el PP, empeñado en las “cien mentiras” del PSOE, cuando le bastaba con acudir a sus contradicciones, que, además, tienen poco que rebatir, aunque les pueda parecer que una contradicción cotiza menos que una mentira, a no ser que teman a las suyas propias, si es que las han descubierto. Una de las más flagrantes se ha producido esta semana sin que Antonio Saldaña se haya coscado, tal vez desorientado con lo del plante en el Parlamento, y con Podemos -eso sí que son extraños compañeros, aunque sea de decisiones-.  

El caso es que la alcaldesa ha anunciado esta semana que va a congelar las ordenanzas fiscales para el año que viene, salvo la del agua, a la que se aplicará el IPC negativo porque es la que no le afecta en sus ingresos: ese mismo IPC negativo podría aplicarlo al resto de tasas municipales; no es que fuésemos a notarlo, pero ya que se trata de hacer política de gestos, ése era uno bastante apropiado para retratarse.

Es, en cualquier caso, la misma decisión que adoptó hace un año María José García-Pelayo cuando anunció la congelación de tasas para 2015. Y lo que dijo entonces el portavoz del Grupo Municipal Socialista, Luis Flor, fue lo siguiente: “la alcaldesa de Jerez da a los jerezanos a elegir entre comer o pagar los impuestos y tasas municipales con la aprobación de unas Ordenanzas Fiscales que agravan aún más la situación de miles de familias jerezanas, sumidas en una durísima crisis desde hace años y a las que Pelayo no da respiro alguno”. ¿Lo volverá a decir ahora el PSOE de la alcaldesa de Jerez, pese a tratarse de la misma medida y de la misma situación? Ya sabemos que no, pero también que, aunque PP y PSOE no vayan a ser (casi) nunca compañeros de viaje, comparten el pragmatismo político al que se ven empujados por las circunstancias, que nunca entienden de siglas, sólo de soluciones.

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