El partido de nuestras vidas

Sí introducen en su buscador de internet la leyenda “el partido de nuestras vidas”, encontrarán dos posibilidades. Las dos responden a las que probablemente han sido las mayores sorpresas en la historia de los Mundiales. Las dos tienen algo en común: fue amargo para los vencidos, y dramático para lo

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Brasil, 1950. El Mundial del "Maracanazo" tuvo un partido aún más sorprendente que la final ganada por los uruguayos. Estos, al fin y al cabo, eran campeones del mundo, ya le habían ganado antes a Brasil, y volverían a ganarle después. Aquel Mundial conoció la primera aparición en esta competición de los inventores del fútbol, Inglaterra, que hasta ese momento habían mirado aquella presunta Copa del Mundo un poco por encima del hombro, con la arrogancia con la que un profesor contempla a sus alumnos. Inglaterra acudió con un buen equipo, liderado por Stanley Matthews, un maravilloso jugador que seis años más tarde ganaría el primer balón de oro de la historia.
Entre las quince selecciones participantes estaban también los EEUU. Un grupo heterogéneo y pintoresco, del que formaban parte tres jugadores que ni siquiera tenían pasaporte estadounidense. Así eran las cosas entonces. Los norteamericanos perdieron su primer partido, contra España, y perderían el tercero, contra Chile. Pero entre estas dos derrotas, el 29 de junio de 1950, en Belo Horizonte, protagonizaron una de las mayores sorpresas de la historia de los Mundiales. Aquel grupo en el que jugaban un maestro, un enterrador, dos carteros, un mecánico, un estudiante y un friegaplatos haitiano llamado Joe Gaetjens se impuso a los profesionales ingleses gracias a un gol de este último. Inglaterra perdió más tarde su tercer partido gracias a aquel gol marcado a medias por Zarra y Matías Prats, y se volvió para casa con el rabo y el orgullo entre las piernas.
Pero peor le fue a "Ti Joe Gaetjens". Hijo de un alemán y una negra haitiana, emigrado muy joven a los EEUU, tras volver a su país de origen acabaría sus días como uno más de los 30.000 asesinados por François Duvalier, "Papa Doc". El 8 de julio de 1964 un grupo de "Tomtom Macoutes", la,infame banda de matones del dictador, lo sacó de su casa a punta de pistola y desapareció para siempre. Informes recientes desclasificados de la CIA apuntan a que el propio Duvalier lo asesinó en el patio de la cárcel, ametrallándolo juntó a otros presos. Su único pecado: aunque apolítico, estaba emparentado con uno de los principales opositores al vesánico déspota.
El otro "partido de nuestras vidas" tuvo lugar 16 años más tarde, en el Mundial que organizaron los ingleses. El papel de villano lo jugó esta vez Italia, cuya eliminación fue tachada de "vergüenza nacional" en su país. Así tituló precisamente La Gazzetta al día siguiente "vergogna nazionale".
Ocurrió en 1966, en el Mundial de Inglaterra. Italia quedó encuadrada en un grupo que juntó a La URSS de Lev Yashin, a Chile y a una selección hermética y desconocida: Corea del Norte. Los coreanos eran un equipo animoso, infatigable, presuntamente aficionado, que no paraba de correr nunca. El árbitro español en aquel mundial, Juan Gardeazábal, que estuvo en tres mundiales y se perdió el cuarto porque falleció cuando ya había sido designado, comentó después de pitar el partido URRS-Corea que no sabía si los coreanos habían cambiado a todo el equipo durante el descanso. Era una broma, naturalmente. Tras perder con los rusos, Corea empató con Chile. En el último partido del grupo, a Italia le bastaba el empate para pasar. Y entonces, a un tipógrafo de Pyongyang llamado Pak Doo Ik se le ocurrió batir a Albertosi. No hubo más goles, y la Italia de Fachetti, Mazzola y Rivera se tuvo que volver para casa con el orgullo seriamente lastimado. En Génova los aficionados, indignados, los recibieron a tomatazos.
Pero peor, mucho peor les fue a los coreanos. Una discoteca los invitó aquella noche a una fiesta para celebrar su triunfo. Se corrieron la primera, última, y la más costosa juerga de sus vidas. Enterado del asunto, el dictador del país, Kim Il Sung, abuelo del gordito que sigue dirigiendo Corea del Norte con mano de hierro en la actualidad, los acusó de contaminación capitalista. A la vuelta los encerró en un Gulaj donde pasaron los siguiente diez años de su vida. Uno de los jugadores del equipo murió en aquel destierro infame.
Recientemente dos periodistas ingleses lograron reunirlos de nuevo para filmar un documental que se llamó -se llama- el partido de nuevas vidas. Un partido que, tal y como acabaron las cosas, muchos de aquellos pobres jugadores coreanos hubiesen preferido no jugar jamás.

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