Lo que queda del día

La crónica negra de la Semana Santa

En estos tiempos parece que cuesta muy poco desacreditar a las cofradías con tal de soltarle un guantazo sin manos a la Conferencia Episcopal, y sin tener en cuenta la trascendencia y relevancia social que suponen

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El Señor de la Sentencia bajaba por Ramón de Cala entre aplausos, piropos y ovaciones, como si la madrugada estuviese partida en dos mitades; a un lado, la oscuridad, el silencio y el misterio que habita en San Miguel ante la salida del Santo Crucifijo, al otro, la luminosa, gloriosa y revitalizadora estampa que manaba desde la plazuela, como dos reflejos de una misma verdad, grandiosos a la vez y memorables.

Bajaba de forma colosal, en armoniosa comunión con los sones de la Agrupación Musical Nuestra Señora de la Estrella, con sus costaleros encomendados a la memoria emocional de cada una de las notas y a las indicaciones de Miguel Ángel Jaén, entregados a su Señor, pero también al barrio, con orgullo y corazón de estirpe, conscientes de que cada gesto de admiración no iba dirigido a ellos, sino a lo que representa para todos el peso que llevan sobre sus hombros -hace algunos años  llevé a un compañero de estudios a que viera por primera vez el mar: lo que aprecié en el reflejo de sus ojos se parece mucho a esa inefable expresión que sobresalía en los rostros de muchos de los que por primera vez, o quién sabe cuántas veces ya como si fuese también la primera, se asomaron esta madrugada al reencuentro en torno a La Yedra-.

Cada momento de cada salida procesional implica una forma de entender la Semana Santa, de vivirla, de sentirla, de descubrirla, de reverenciarla. Otro amigo, sevillano y ateo hasta la médula -por culpa de la Iglesia, que no de sus devociones ni sus templos-, no faltaba cada año a sus procesiones, a los rincones y momentos que había cultivado desde niño, enriquecidos cada año con los detalles que iba acumulando y con las sensaciones de una magna representación que él siempre situaba más próxima a la escenografía operística que a una catequesis plástica, pero  igualmente conmovedora y de la que siempre hacía gala allá donde fuera y donde tuviera que defender su Semana Santa, o la de cualquier otro pueblo o ciudad de España con idéntica sensibilidad artística -por supuesto que también la de Jerez-.

Es obligatorio tenerlo presente en estos tiempos en los que cuesta tan poco desacreditar a las cofradías con tal de soltarle un guantazo sin manos a la Conferencia Episcopal y sin tener en cuenta ni la trascendencia ni la relevancia social y religiosa que supone para el propio pueblo la llegada de su semana mayor, que lo es por mucho que haya quien se empeñe en ligarla con vacaciones y tumbarse en la playa a tomar el sol.

Lo tuve presente a medida que se acercaba Nuestro Padre Jesús de la Sentencia en su bajada por Ramón de Cala, y cuando se detuvo a mi altura y pude ver de cerca el rostro de Poncio Pilato mientras hace el gesto de lavarse las manos en su reluciente palangana. Como en el chiste -no sé si hubiera sido oportuno, pero sí bastante ilustrador con lo que está ocurriendo- algún niño debía haber preguntado: “¿Y quién es ése que está al final del paso lavándose las manos?”, y que su padre le contestara: “el que estuvo a punto de cargarse la Semana Santa”, porque por el tono y la tendenciosidad con que algunos han informado de determinadas salidas procesionales, parecían hacerlo acordándose de la parentela del mismo prefecto romano de Judea por el mero hecho de haber existido, y hasta de San Pedro por no haber mandado de nuevo más lluvia este año.

Veo en televisión, por ejemplo, una conexión con Sevilla este Sábado Santo. La presentadora pregunta por el nuevo paso de la Trinidad con cierto aire inquisidor; sólo le ha faltado hacerlo por el precio y enfrentarlo con las penurias que pasan tantas personas a diario. No sé si decepcionada, prosigue con su crónica nacional de la Semana Santa... con dos sucesos, el de un cristo que se ha caído del paso en Motril y el de la virgen que lo hizo en Alicante -ya saben: el hombre muerde al perro-. Del incendio en la cafetería de plaza Esteve creo que hablaron ayer. No lo vi, pero ha llamado una de mis tías de Málaga preocupándose por mi estado y el de todos los heridos (!): creo que viviremos para contarlo. Al final, a falta de argumentos, han terminado atizándonos con la crónica negra.

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