Lo que queda del día

Cuando todo está perdido

Ahora que le ha salpicado, Austria pide actuar contra las mafias, que no dejan de ser la consecuencia inmediata del terror provocado por las guerras civiles y la yihad y a las que nadie se atreve a hacer frente, ya que, también, desde nuestro lado, lo han dado todo por perdido

Publicidad Ai Publicidad Ai Publicidad Ai

El náufrago que protagoniza Cuando todo está perdido lleva ocho días a bordo de una balsa neumática en mar abierto cuando considera que ha llegado su final. Sin víveres ni agua potable, dedica sus escasas fuerzas a escribir su última voluntad e introducir el manuscrito en una botella que lanza al mar. Es un mensaje dirigido a su familia, en el que hace balance de sí mismo y de su amor hacia los suyos y en el que deja constancia de todo el esfuerzo realizado para mantenerse con vida con la esperanza de cruzarse con algún barco que lo rescatase. “Ahora sé que todo está perdido”, concluye. 

Las aguas del Mediterráneo llevan meses escupiendo hasta las costas de Italia y Libia los cadáveres de centenares de náufragos, entre ellos numerosos niños. A diferencia del personaje de ficción del citado filme, ninguno de ellos tuvo la oportunidad de lanzar con antelación un mensaje al mar. Entre otras cosas porque su grito de desesperación ya se había producido tierra adentro, donde la guerra y el horror han acabado con la esperanza de miles de personas y donde quienes se han visto en la obligación de huir, en especial para poner a salvo a sus hijos, saben que todo está perdido desde hace mucho tiempo.

La esperanza, en todo caso, la representa en estos momentos Europa, igual que Estados Unidos lo fue para tantos miles de inmigrantes europeos que hacían escala legal en la isla de Ellis a finales del siglo XIX y principios del XX a la espera de obtener permiso de residencia en la tierra de las oportunidades.

Sin embargo, Europa lleva demasiado tiempo mirando hacia otro lado. Lo ha hecho durante las dos últimas décadas, desde que España comenzó a dar la voz de alarma con la llegada de las primeras pateras a las costas de Tarifa, Granada o Almería, y lo volvió a hacer cuando fue Italia la que trasladó a Bruselas la avalancha de inmigrantes llegados desde Libia a Lampedusa y, más especialmente, se le acumulaban los cuerpos sin vida de centenares de sirios y afganos en sus aguas.

No dudo que haya excelentes funcionarios en la Unión Europea dedicados a analizar la situación y a proponer diferentes soluciones, aunque algunas parezcan no tener en cuenta que estamos hablando de personas y no de trigo o de atunes, pero parece evidente, o al menos ésa es la sensación, que su labor carece de la relevancia de, por ejemplo, la Comisión Europea, dedicada a solventar las cuestiones económicas que afectan a los países de la Unión, puesto que no hay que olvidar que es el dinero y no la sangre el que une este proyecto en común.

Puede que en los próximos días comencemos a conocer sus nombres y su función, puesto que ya no se trata sólo de España o de Italia, sino de Hungría, Austria, Francia, los Países Bajos, Reino Unido y, por supuesto, Alemania, destino preferente de quienes se juegan la vida a diario sin olvidar que antes de hacerlo las han puesto en manos de las mafias que organizan cada expedición.

Se calcula que entre 1892 y 1954, unos 12 millones de pasajeros que llegaron en barco a los Estados Unidos fueron inspeccionados en la isla de Ellis, tanto legal como médicamente, antes de obtener visado de residencia, y se estima que  solo un 2% fue deportado, y siempre por cuestiones sanitarias o de seguridad. Es cierto, por entonces residían en el planeta del orden de casi cinco mil millones de personas menos que en la actualidad, y todos los que llegaban al puerto de Nueva York lo hacían huyendo de sus países de origen, sin temor a morir en el Atlántico y conscientes de las inabarcables posibilidades del destino, pero ni el éxodo migratorio desde el norte de África a Europa es nuevo, ni se ha sabido dar respuesta preventiva a la situación, salvo que entendamos como tal levantar barreras y muros y acondicionar campos de refugiados.

Ahora que le ha salpicado, Austria pide actuar contra las mafias, que no dejan de ser la consecuencia inmediata del terror provocado por las guerras civiles y la yihad y a las que nadie se atreve a hacer frente, ya que, también, desde nuestro lado, lo han dado todo por perdido.

Envía tu noticia a: participa@andaluciainformacion.es

TE RECOMENDAMOS

ÚNETE A NUESTRO BOLETÍN