Indivisa

Injusticia ciudadana

Nunca estudié Derecho, pero siempre aprendí que en nuestro estado de derecho, todos somos inocentes hasta que se demuestre lo contrario

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Hemos llegado a tal punto que alguien dice una cosa, automáticamente la elevamos a la categoría de verdad, establecemos una opinión irrefutable, la convertimos en hechos probados y sentenciamos con firmeza. Y así todo.

Pero sin la frialdad de autos ni papeles, sino con la virulencia, violencia y hasta crueldad instalada en nuestra sociedad “gracias” a la facilidad que las redes sociales dan para poder expresar aquello que en persona no somos capaces.

En esta sociedad que exige una celeridad que ni la justicia, ni la administración, ni la política pueden dar (porque dejarían de ser justa, escrupulosa y verdadera) y ante el ritmo que las redes sociales y las nuevas tecnologías han impuesto a los medios de comunicación, un nutrido grupo de españoles ha optado por convertirse en sentenciadores, condenadores y poseedores de una verdad absoluta que impide que nadie pueda tener opinión distinta o, lo que es peor, que se suplante, hasta el ninguneo, la acción de la justicia, de la administración y la política.

Nunca estudié Derecho, pero siempre aprendí que en nuestro estado de derecho, todos somos inocentes hasta que se demuestre lo contrario y que la carga de la prueba la tiene quien acusa.

Unos principios que hoy se han volteado por completo hasta tal punto que cualquiera acusa sin necesidad de prueba, que es el acusado el que se tiene que poner a demostrar su inocencia, y que no hace falta juez ni sentencia alguna que para eso ya estamos los españoles.

Y en eso muere repentinamente Rita Barberá y, más allá de las miserables muestras de mala educación y falta de humanidad de algunos que más que airear deberíamos silenciar, y este país sentencia que entierra a una corrupta.

La realidad es que murió una ciudadana sin sentencia ni condena en contra. Morir no implica que se tenga que hablar bien de esa persona, pero tampoco debemos ni de ella ni de nadie sentenciar antes de tiempo, ser injustos ni querer ser más jueces que quien estudió para ello.

Muchos, muchísimos políticos de este país son condenados por el tribunal de los tertulianos, las redes sociales y los ciudadanos  sin que apenas se haya podido confirmar una prueba certera.

La sociedad del tuit y del quedarse en el titular no necesita más que una afirmación de un cualquiera para, sin apenas pararse a pensar si lo que dice es cierto o no, dar carta de verdad y, en tan solo segundos, tener preparada ya la sentencia firme, con sus hechos probados, sus fundamentos de derecho y, por supuesto, contra la que no cabe recurso alguno.

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