Ayer empezó la ronda de reuniones del S.M. el Rey con los portavoces de los diferentes grupos políticos, para escuchar su posicionamiento sobre la posible formación de Gobierno. Es la segunda vez en pocos meses, y todos los españoles nos preguntamos si está vez habrá llegado o no la hora de la verdad. Esta vez es a “susto o muerte”, como me decía un colega ayer en la facultad.
La palabra democracia, según se recoge en el Diccionario de la Lengua Española, en su primera acepción, significa “forma de gobierno en la que el poder político es ejercido por los ciudadanos”, y la ciudadanía ya habló por dos veces en las urnas en diciembre y en junio. Y el mandato fue claro: diálogo y acuerdos.
Las noches electorales muchos pensamos que el resultado beneficiaría a la ciudadanía, porque se acabaron las mayorías absolutas, y la toma de decisiones importantes recaía sobre varias fuerzas políticas, y esto facilitaría posturas intermedias, que contentasen a la mayoría. Había llegado la hora del Gobierno del Parlamento, lo más parecido a esa definición de democracia.
Pero no, todo lo contrario. Los partidos políticos han decidido caminar en sentido contrario. Y todos andan pensando en cómo fastidiar al adversario en vez de como beneficiar con sus decisiones a la gente. Para que luego digan que el electorado les da la espalda.
¿No sería más fácil aprovechar esa obligación de llegar a acuerdos para trabajar por un consenso en cuestiones elementales para la gente como la reforma laboral, la educación púbica, la sanidad, las libertades y los derechos de la ciudadanía? Con la composición actual del Congreso, la aritmética precisa de la “aportación” de todos los grupos políticos o al menos de una parte de ellos que represente a una mayoría. Pero no, se trata de tensar la cuerda, de no ceder, de buscar el rédito partidista.
Y claro, ves el significado de la palabra democracia, y uno piensa en proponer nuevas definiciones, como por ejemplo “forma de gobierno en la que unos profesionales que hablan en nombre de los ciudadanos para quedarse con el sillón”. Ya lo decía Weber, hay dos clases de políticos, los que viven para la política y los que viven de la política. Los primeros están ya en un Parque Jurásico, si es que no se han extinguido.
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