Kiev 1942. El partido de la muerte

El mundo del deporte está repleto de historias. Algunas, con la pátina del tiempo se han convertido en leyenda. Esta es una de ellas.

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En 1981 John Huston firmó uno de sus títulos de más éxito, Evasión o victoria. Aunque se le fue la mano con el azúcar, la idea central de la película, un partido de fútbol disputado durante la Segunda Guerra Mundial entre soldados alemanes y prisioneros, está sacada de un hecho real. Pero el parecido entre entre lo ocurrido en Kiev el 9 de agosto de 1942 y el almibarado pastel hollywoodiense se termina aquí.

“En la guerra la primera víctima es la verdad”. La cita es de del senador estadounidense Hiram Johnson. Es esencialmente cierta, aunque siempre pensé que se queda corta. Porque la paz no hace mucho por reparar las mentiras que inventa la guerra, es más, las alimenta y engorda en beneficio del ganador. A mayor gloria de los vencedores, que escriben y utilizan la Historia para justificarse.

El 22 de junio de 1941 las tropas alemanas invadieron la Unión Soviética. Poco después el Grupo de Ejércitos del Sur mandados por el mariscal von Rundstedt entraba en Kiev. Allí encontró, como en otros muchos lugares, la colaboración y el apoyo decidido de un amplio sector de la población, especialmente de los nacionalistas que se oponían a la dominación rusa. El campeonato de la temporada 40/41 no llegó a completarse, y el principal equipo de la capital ucraniana, el Dinamo de Kiev, quedó disuelto; algunos de sus jugadores fueron movilizados y otros vagaban sin empleo.

El fútbol era ya entonces el deporte más popular en la URSS. Tanto, que ni aquella guerra devastadora impidió que se siguieran jugando partidos. Un simpatizante del Dinamo, dueño de una panadería, empleó a algunos antiguos jugadores del equipo, entre ellos al portero Mykola Trusevych. Allí surgió la idea de formar un equipo de fútbol, que reunió a un buen número de jugadores del Dinamo y algunos del otro equipo de la ciudad, el Lokomotiv. Aquel equipo se llamó FC Start, y hay constancia documentada de un puñado de encuentros disputados contra otros equipos locales, así como enfrentamientos contra equipos de las guarniciones húngara, rumana y, por fin, alemana. El 6 de agosto de 1942 el Start se enfrentó a un equipo llamado Flakelt, cuyos miembros pertenecían a la Luftwaffe. Vencieron los ucranianos por un contundente 5-3. Pero los alemanes pidieron la revancha, que se disputaría tres días más tarde con una nueva victoria del Start por el mismo resultado. Varios días más tarde, varios de aquellos jugadores fueron detenidos, internados en campos de concentración, torturados y, al menos cuatro de ellos, asesinados. Es aquí donde acaba la historia y empieza la leyenda.

La hagiografia soviética convirtió aquel partido en una heroica batalla más contra el fascismo. Primero Izvestia, más tarde algunos libros y varias películas, entre ellas El tercer tiempo (1964) y El partido de la muerte (1963), modificaron los hechos a mayor gloria del socialismo científico. Según el mito creado, los jugadores se negaron a hacer el saludo nazi, fueron amenazados de muerte para que no ganaran, y el partido fue jugado de manera brutal por los alemanes, con el consentimiento del árbitro, un oficial de las SS. Aún así ganaron, y en la última jugada un delantero del Start, tras regatear a toda la defensa alemana y al portero, en lugar de marcar lanzó la pelota a la grada en un claro gesto de escarnio.
En una película documental reciente, el hijo de uno de aquellos jugadores, uno de los pocos testigos vivos que asistió al partido como recoge-pelotas cuando sólo tenía ocho años, desmonta por completo el mito. Vladlen Putistin, hijo de Mijail Putistin recuerda que en el partido hubo pasión, pero niega que hubiera juego sucio o amenazas: “No hubo patadas, nadie dijo a los jugadores que tenían que perder; hubo momentos muy tensos, pero sólo porque el partido fue intenso, con una gran remontada”. Y para probarlo, muestra una fotografía tomada justo después del partido. En ella se puede ver a los jugadores de ambos equipos posando mezclados y sonrientes.

Las detenciones no se produjeron de inmediato, sino algunos días más tarde. Y estuvieron motivadas no por el orgullo deportivo nazi herido, sino por la supuesta militancia en la NKVD de algunos de aquellos jugadores. No es una idea descabellada, dado que el Dínamo de Kiev, como el de Moscú, creado por el fundador de la Checa, el infame Félix Dzerzhinski, y a cuyo frente estuvo Beria, o el de Berlín, controlado por la Stasi de Erich Mielke, eran los equipos de la policía secreta comunista. Uno de los detenidos murió a causa de las torturas y tres más algo más tarde en un campo de concentración.

En rigor: hubo un partido entre alemanes y ucranianos, ganaron estos últimos, y poco después algunos de aquellos jugadores fueron detenidos, torturados y asesinados. La propaganda, sea esta socialista o capitalista sólo barajó estas cartas según su interés y su conveniencia. Y todos tan contentos, al fin y al cabo no hay mejor propagandista que aquel que se cree sus propias mentiras.

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