Qué razón tenía Juan

La mujer suspiró, y el aire soltó un doble halo de alivio: seguir sin trabajar y meter dinero en casa

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El murmullo del informativo matinal, con no sé qué político, empresario, sindicalista o duque investigado por presuntas corruptas manos largas, acompañaba el desayuno de Juan. “Ayer me ofrecieron un trabajo en el campo para ti”, dijo a la mujer, a la que casi se le cortó el bostezo tempranero. “Le dije que tú estás muy liada en casa, con tus cosas, el niño y el jaleo... pero le pregunté si le importaba firmarte las peonadas, y te las va a firmar”. La mujer suspiró, y el aire soltó un doble halo de alivio: seguir sin trabajar y meter dinero en casa. Juan recogió sus bártulos, se colgó la mochila, se despidió hasta la noche y salió a la calle. El luminoso de la oficina bancaria señalaba el 17. Su número era el 32. Miró el reloj, apurado. Apenas tenía hora y media para completar todos los mandados prelaborales. En un sillón, a su derecha, el típico conocido de hola y adiós que se hace casi íntimo en la espera de una cola de banco: “Hola, Juan. ¿Qué?, parece que nos queda un ratillo aquí. ¿Cómo va la cosa?”. “Apurado”, contestó Juan, que explicó a su efímero amigo que seguía sin trabajo: “He venido a actualizar la cartilla, que hoy es día 10 y se supone que me han ingresado el paro”. Y también le explicó sus prisas porque eran ya casi las nueve y antes de las diez tenía que solucionar un par de cosas más: “Es que he quedado con mi compadre, que estamos haciendo un ‘chapú’ de pintura y queremos dejarlo rematado esta semana porque la que viene queremos empezar otro. La verdad que no me puedo quejar porque entre el paro y los ‘chapús’, todos los meses entra un dinerito en casa. Así que ya ves, en verdad de puta madre”.  Al salir del banco, eran cerca de las nueve y media, así que mandó un ‘wasap’ al compadre diciéndole que se retrasaría un poco porque tenía que recoger el coche en el taller. Recogió el coche, pagó los 117 euros en metálico y  sin factura: “Mejor así, que si no te tengo que pagar el IVA”. Echó mano al ‘chapú’ a las diez y media. La hora de la comida llegó seis paredes después. Menú del día 7 euros. “Jefe, ya sabes”, espetó al camarero, “pon en el papelito que son 20, que a la dueña del ‘keli’ le da igual y así mi compadre y yo tenemos pa’ la cervecita de después”. Vuelta al tajo. A las siete,  Juan y su compadre cumplían con la tradición de la cervecita poslaboral. En el bar, los de siempre. En la tele, que si el PP en B, que si el ERE y no ERE, que si... “Estamos rodeados de corruptos. Qué verguenza”, opinó Juan. Qué razón tenía...

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