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Como no había ciudadanos, los ciudadanos importaban menos que nada, el bien común ni se conocía, el único interés era el personal y cuando se metía la pata demasiado el ‘y tú más’ era la fórmula perfecta para sacudirse

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Se metieron por callejones desconocidos hasta entonces por ellos, y avanzaron, poco a poco. Al principio caminaban solos por caminos ignotos y, siempre que podían, en el cruce giraban a la izquierda, y si hacia allí no había salida, paso al centro y a seguir descubriendo. De una calleja a una calle, de una calle a una avenida, de una avenida a una carretera, y de la carretera a la autovía. Y ya se sabe, las salidas en las autovías siempre quedan a la derecha. Cuando se vinieron a dar cuenta, andaban perdidos. La brújula se había destrozado por el camino. Pero ya que habían llegado, habría que quedarse y adaptarse al lugar. En el nuevo sitio, comenzaron a relacionarse con los lugareños, altivos ellos y elitistas. Nos quedamos un tiempo y regresamos, dijeron algunos. Yo iría regresando ya, opinaron otros. Que no, que mejor nos quedamos, que algo aprenderemos; además, me ha dicho un vecino que aquí no nos va a faltar de nada, explicó uno. Convencidos, comenzaron una etapa de extrañas relaciones en la que todo estaba permitido. En el nuevo sitio olía a rancio, todos hablaban bien de la monarquía o, como mucho, callaban,  y hacían favores a la iglesia. Como no había ciudadanos, los ciudadanos importaban menos que nada, el bien común ni se conocía, el único interés era el personal y cuando se metía la pata demasiado el ‘y tú más’ era la fórmula perfecta para sacudirse. La sociedad se restringía a los pactos de despacho. Pasaron los años, y se dieron cuenta de que debían regresar al sitio del que partieron. Uno de ellos se puso manos a la obra para recomponer la brújula y, arrastrado por la euforia, proclamó que ya habían vuelto antes incluso de haber empezado a desandar. El camino de regreso iba a ser pedregoso. Porque el terremoto de la traición a la ideología lo había dejado todo en ruinas. Llegaron. Pero su lugar de origen no era como lo habían dejado antes de iniciar la traicionera aventura. Las calles del socialismo estaban llenas de escaparates rotos, casas abandonadas, negocios saqueados, gente confundida por las aceras y algún que otro valiente convencido de que más pronto que tarde el PSOE dejaría de ser el Partido Separado del Obrero Español para volver a ser el Partido Socialista Obrero Español. Lo malo es que en el lugar con olor a rancio, al que llegaron girando a la derecha, habían hecho muchos malos amigos. Y no sé si, antes del regreso, le dejaron claro que no permitirían, de ninguna manera, que regresaran con ellos.

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