Hablillas

Corazón de velas

Esa noche no podrían dormirse con la alegría en la cara y la sonrisa en los labios.

La semana se va teñida de rojo, el del sufrimiento y la congestión que deja en la piel las huellas del llanto y de la pena, cubierta por el velo negro del duelo. Duelo que ha empezado pero quién sabe cuando terminará, cuándo llegará la conformidad. Duelo que se presenta largo. Imposible vivirlo sin rebelarse por este otro atentado que se ha llevado la vida de los más jóvenes y de los más niños.

El pensamiento no atina con las palabras para escribirlas sobre este papel, porque resultarían vacías por muy duras que fueran. Habría que inventarlas y ni aun así se ajustarían al sentido, al significado, al mensaje que desearía enviar el firmante. Es por lo que se nos ponen por delante quienes dieron la noticia, quienes se tuvieron que trasladar a las inmediaciones del estadio del Manchester, con el miedo y la rabia enredados en el estómago y en el corazón ante tal manifestación de crueldad. El cuerpo que abrazaba el cinturón con las bombas tenía veintidós años, pocos más que una parte de los asistentes a aquel concierto destinado a ser inolvidable por motivos bien distintos.

El pensamiento vuelve a hacer de las suyas rescatando la emoción de los niños y de los adolescentes por ver actuar a su idolatrada Ariana Grande. Significa mucho para un fan ver a su cantante favorita. Para muchos era la primera vez que asistían a un concierto en directo. Por eso aquel día les pareció estirarse, alargarse conforme pasaban las horas. Fue tan largo que no llegaba el momento de salir para el estadio.

Emocionados y alegres miraron y acariciaron la entrada al recinto. Con tiempo pensaron qué ropa ponerse mientras repasaban las canciones ante la complicidad paciente de los padres y la mirada celosa de los hermanos más pequeños. Atrás quedó el trabajo de reunir el dinero que haría realidad una ilusión. Nadie podía imaginar que un día tan bonito, que una velada tan alegre fuera a acabar en tragedia. Esa noche, al acostarse no podrían pensar en el vestido de Ariana, en su forma de bailar, en su voz al dirigirse al público.

Esa noche no podrían soñar que cantaban con ella, que se subían al escenario para acompañarla mientras les hacían los coros. Esa noche no podrían dormirse con la alegría en la cara y la sonrisa en los labios. Los que pudieron soñar lo hicieron con el dolor, el frío y la ansiedad que produce la muerte cuando roza los dedos, cuando ronda a destiempo obligada, en este caso, por el fanatismo. Es como una puñalada por la espalda, como un latigazo que escuece y quema, que late como el miedo en los oídos. Miedo que se recrudece, que se extiende como una epidemia, porque nace del odio.

Desde el día siguiente se comparten fotografías con citas y reflexiones que motivan la meditación, la buena intención, sin embargo no podrán evitar la expansión del pánico aunque nos propongamos lo contrario, porque la desconfianza, la inseguridad se ha hecho un hueco entre nosotros con una pregunta sin palabras a la que da respuesta el silencio y la luz de un corazón de velas. La actualidad es muy oscura. Los noticiarios siguen pendientes del suceso.

El tiempo pasa. Ojalá pudiera deshojarse para arrancar la impotencia.

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