Hablillas

Hoy es el día

Hoy es el día en que me doy cuenta, una vez más, en lo poco que cambian ciertas cosas, a pesar de los adelantos. Feliz Navidad.

La llegada del invierno nos ha traído este año la caricia helada del viento del norte, el que barre las nubes, el que aclara el amanecer derramando colores en el agua del caño. Curiosamente se ven durante estos dos meses, días en los que la estación se recrudece y madura quedándose tras los cristales, fuera de casa, vigilando el interior. Centinela invisible, el frío nos empereza, nos incita a arrebujarnos en ese jersey gastado o en la toca de croché de la abuela, la prenda que se recupera todos los años del grupo destinado a guardarse en el lugar recóndito donde permanecen los juguetes y los detalles, rotos unos  y ajados otros, pero que aún conservan la ilusión que hicieron realidad en su momento.

Se dice que lo antiguo se guarda y lo viejo se tira, no sabemos hasta qué punto. Lo que sí se sabe es que todo lo guardado sugiere y lo que se ha tirado se recuerda. Es lo que nos conforma, lo que nos amolda, porque a medida que crecemos y maduramos vamos amontonando, atesorando recuerdos. Estos días son propicios para que aparezcan, porque inevitablemente comparamos para concluir en lo poco que cambian ciertas cosas. La tradición nos ha transmitido el sentido de la unión en un día como el de hoy, ocasión que aprovechamos para rescatar recuerdos y comentarlos. Sin embargo, hay otros que brillan para nosotros solos, que nos espejan los ojos, que disimulamos con un picor de nariz inexistente, con un poco de tos que alivia el empañamiento de la voz.

Es lo que ocurre con las fotografías. Cuando yo era chica –permítame, dilecto lector, personalizar- este era el día en que las pedía y aunque lo hacía a menudo, la jornada de la Navidad era tan especial que las miraba de una forma diferente. La sobremesa me la pasaba sentada, con la caja de lata verde sobre las piernas. El tiempo se detenía, como lo estaban los instantes que captó la cámara. Aquellos personajes en blanco y negro me contaron muchas veces su propia historia. Siguen conmigo, pero el continente es ahora de cartón, donde la mayoría goza del vals brusco e inesperado de la libertad. Otras están clasificadas y otro grupo está en el ordenador, compartiendo archivo con las hechas en color.

Hasta dónde hemos llegado, a tener la imagen en cuanto la tomamos. No sé si el romanticismo me somete, pero la foto digital no cuenta o no se lee de la misma manera que la revelada manualmente. Al verla, se concluye en lo bonita o lo buena que es, con tanta inmediatez como cuando oprimimos el disparador. Sin embargo se ha perdido la pausa, el silencio breve al mirarla que llenábamos recreándonos,  concluyendo en que habían merecido la pena los días que habíamos esperado el revelado.

Hoy no concebimos algo así, es lógico, sin embargo nos invade la ilusión por enseñarlas, por compartirlas. Hasta los más reticentes sacan el móvil para mostrar o captar un instante del que hablar.
Hoy es el día, el momento coyuntural para coger el ordenador, pasar un rato agradable navegando por las páginas de fotos antiguas, verlas, comentarlas y disfrutarlas. Hoy es el día en que me doy cuenta, una vez más, en lo poco que cambian ciertas cosas, a pesar de los adelantos. Feliz Navidad.

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