Hablillas

La novia y el selfie

La novia no se habrá hecho selfies. No habrá encontrado palo suficientemente largo como para mostrar el vestido.

Sabida es la popularidad de esta particular forma de fotografiarse. Ya se sabe, se golpea suavemente el icono de la cámara en el móvil y cuando desaparece el fondo de pantalla, se vuelve a golpear en el que lleva las flechas en giro. El afán de compartir en las redes sociales tiene tintes de pandemia porque los medios han recogido la preocupación por parte de los padres, en el caso de los jóvenes, por no poder controlar el correteo de las fotos de sus hijos por la Web.

El avance tecnológico es extraordinario, incuestionable y como resulta muy fácil acostumbrarse, uno se pregunta qué será lo próximo. Si los nuestros, los que ya nos faltan, levantaran la cabeza la volverían a dejar reposando por el susto. La memoria rescata una esquelita de periódico que resumía el caso de una niña de nueve años que tras abrir los ojos por la mañana, en la misma cama sonaba el clic del primer selfie.  Su madre estimaba la cantidad mientras su hija estaba en casa, sin embargo se le escapaban los que se hacía camino de la escuela, durante el recreo, al salir de clase, en fin, que la cifra, de haberla calculado, la habría aturdido. 

De esto hace poco más de un año y se realizan desde mucho antes de que esta denominación inglesa que suena a diminutivo meloso, saliera de una fiesta americana. Aún no se había comercializado el drone para este menester, aunque los jóvenes ya lo tendrán o lo solicitarán por el buen resultado del curso. Con este aparatejo volador de doble hélice o en forma de pulsera, podrán disfrutar de sus propios selfies a trescientos sesenta grados. Y es español, asturiano, por más señas.

Llegados a este punto de la hablilla, teniendo en cuenta ese video, ya viral, que vuela por la Web sobre la boda gitana de La Línea, surge la curiosidad en cuanto a la inclusión de este drone en la lista de regalos. Por si aún no lo ha visto, paciente lector, las imágenes reproducían la llegada de la novia a la iglesia en carroza, junto a sus seis damas de honor que jaleaban y animaban el recorrido. Ellas de rojo intenso, la novia de blanco brillante, con un vestido repujado de rosas como coles que se extendían por la falda y a lo largo de doce metros de cola.

Su familia quiso darle la boda que siempre soñó, anotan las crónicas de todas las publicaciones a la que el vulgo califica como la boda del año. Probablemente lo sea en cuanto a ostentación, pues incluso los invitados, ataviados según el ambiente, salían de limusinas blancas y rosas. Aún se comparten las fotos por la Web. Aún las recibimos sin ser nada nuestro, sin embargo los selfies quedarán para la familia. Los teléfonos habrán echado humo, habrán agotado la capacidad de memoria y los dedos sufrirán el leve escozor y la rojez de la piel rozada, pero no molestará porque los asistentes disfrutaban este momento familiar e íntimo, dejando los comentarios en los casilleros de Facebook, que ha logrado la internacionalización del enlace de una pareja no famosa.

La novia no se habrá hecho selfies. No habrá encontrado palo suficientemente largo como para mostrar el vestido. Lo dicho, tenía que haber incluido el drone en la lista de regalos o añadirlo a la de sus complementos. Total, el gasto no iba a coscarse por cuatrocientos euros.

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