Hablillas

El frío

Así se manifiesta el frío, volviendo los colores de cristal, volviéndose brisa distraída que empuja suavemente las nubes, que enrojecen al ser tocadas.

Todos los años pasa lo mismo, nos parece nuevo y por lo tanto lo redescubrimos. Es lo propio de esta época pero no terminamos de acostumbrarnos a vivir con él. Nunca nos hemos preguntado la razón, sólo nos limitamos a quejarnos y a pasar de la mejor manera posible los catarros y las gripes que nos regala.

Leí por ahí que quejarse es el pasatiempo de los incapaces y La Isla tiene un catálogo bastante grueso en cuanto a quejas y su atribución a los agentes externos, o sea, eso de echarle la culpa a otro encubriendo la parte de uno mismo. Pero bueno, abandonemos este derrotero y sigamos con el frío. Sólo la ropa y los alimentos calientes pueden combatirlo, también el ejercicio, el movimiento pero uno se acobarda a salir de casa si no es estrictamente necesario.

Por el contrario, el frío ofrece visiones inigualables. Estos días ha nevado en la sierra, por lo que este fin de semana la novelería y el aburrimiento habrá formado caravanas interminables con dirección a Grazalema y a Villaluenga. Quienes nos quedamos, imaginamos el blancor cubriendo las laderas y gozamos con el rabioso azul con que pinta el viento del norte nuestro cielo isleño. Apreciamos el goteo suave, silencioso y helado del aguanieve, tan distinto al de la lluvia, rápido, alegre, transitorio y nos emboban las nubes. Horas pasaríamos mirándolas, grises, ligeramente azuladas, deshilachadas por las orillas, como si de esta manera esparcieran el frío a modo de hisopo.

La noche se cierra para llenarse de estrellas y si hay luna llena derrama pureza sobre todas las cosas mientras la brisa agita las ramas desnudas de los árboles, la delgadez de la dama de noche, el verdor perenne del jazminero. Y la noche parece detenerse hasta que las gaviotas gañen al alba, despertando al sol. El amanecer es mágico pero en enero es sublime porque las flores y las paredes parecen tener belleza eterna, porque las horas son tan claras que se llenan de gracia.

Así se manifiesta el frío, volviendo los colores de cristal, volviéndose brisa distraída que empuja suavemente las nubes, que enrojecen al ser tocadas. De chicos, influidos por los cuentos y la fantasía imaginábamos que sobre ellas flotaban palacios encantados, prácticamente invisibles, habitados por seres que habían perdido su vida valerosamente, seres que cazaban con un arco de nieve y un carcaj lleno de flechas de humo, que corrían por el firmamento persiguiendo a las constelaciones con formas de animales y a veces se aparecían a los niños para jugar y travesear con ellos.

Nuestra fantasía queda en el recuerdo, en las imágenes que rescatamos cuando el tiempo libre, la ocasión o la enfermedad las propician, las que nos ofrecen las nubes mientras recorren el cielo enrabietando el azul. Resguardados, protegidos en casa, sentimos particularmente el frío, su belleza y cómo se queda pegado a los visillos, moviéndolos delicadamente como si fuera un aire errante, que se despista de la madrugada.

El invierno sigue su curso, enfila su último mes de vida y aunque el aire vaya calentándose, las ráfagas del levante irán secándole las lágrimas de su inevitable despedida hasta el próximo año. Entonces  volverá a sorprendernos con el frío, protestaremos, nos quejaremos y nos daremos cuenta que cuánto lo añorábamos.

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