Hablillas

Compra con glamour

Echamos la vista atrás y aparecen las cestas de goma, enormes y entrelazadas del desaparecido Suministros Diversos de la Armada.

La hablilla de hoy no pretende suscitar un debate sobre la forma de vestir cuando de comprar se trata. Alguna semana se ha referido a los desfiles, las modelos y los modelitos, cuándo usarlos pero hoy esta hablilla no sale a ver los escaparates, no va a disfrutar con los colores de un pañuelo o las formas de un pret-â-porter, sino que con ella nos vamos directamente al supermercado, lugar de visita obligada para la subsistencia. No es que ello requiera un atuendo especial pero sí lo bastante cómodo como para transportar lo adquirido con destino a casa. 

Quedémonos, por tanto, en el súper, en este lugar lleno de colores, olores, sonidos y ristras de papel olvidadas tras la caja, chivatas del gasto, corredoras sin rumbo cuando las empuja el aire o las sacudidas de las bolsas. Echamos la vista atrás y aparecen las cestas de goma, enormes y entrelazadas del desaparecido Suministros Diversos de la Armada, que permitían ver con claridad los mandados a la espera del pago.

Una vez vacías la cajera, sin mirar, alargaba el brazo y enganchaba con precisión una de sus asas a un poste delgado y alto colocado a su espalda y allí iban cayendo, desmayadas por haber soportado tanto peso, formando una cinta fruncida que recordaba a una escarapela multicolor un tanto peculiar por lo estirada. Luego llegaba el portero a recogerlas, a liberarlas, a premiarlas con un descanso colocándolas, una dentro de otra, sobre las baldas que como viseras rendían pleitesía junto a la puerta a cuantos entraban, dando la más colorista de las bienvenidas, dispuestas de nuevo a ser el continente del contenido seleccionado.

Las cestas evolucionaron disminuyendo de tamaño -incomprensible, por cierto- y volviéndose tan rígidas como el metal niquelado que sustituyó la elasticidad y la suavidad de la goma. Empezaron a llamarse canastitos -en realidad  lo eran- y cuántas medias rompieron aquellos terminales sin pulir que rozaban y arañaban las pantorrillas por mucho que el brazo porteador se separara del cuerpo. A pesar de ello y sin perder su función, los canastitos han sido objeto inspirador y coprotagonistas del desfile de otoño que la firma Chanel ofreció en París, elevándolos a la categoría de complemento ideal.

En los blogs de A3 y Vogue se puede leer sobre este singular desfile, sin embargo hay que destacar el protagonismo de estos cestitos vestidos para la ocasión con una cinta negra cruzando el enrejado, dándole seriedad y glamour al material plateado de la urdimbre. Una monada que no desentona con el traje de chaqueta ni el calzado de la modelo, una monada en la que no entran las habichuelas, el detergente o los huevos, sino galletitas saladas, una latita de caviar de Beluga y una botella de Dom Perignón, más que nada por no desentonar, por ir de acuerdo con el precio, porque esta monada cuesta nueve mil euros, pero hay otra más pequeña por cinco mil.

La pregunta es si los veremos en el escaparate de Ortega y Gasset en Madrid o en el del Paseo de Gracia en Barcelona. Donde no los veremos será en el súper porque los que allí nos esperan han crecido volviéndose de plástico, el asa se ha alargado, visten de rojo y les han salido ruedas. Son menos glamurosos pero más cómodos y afines la dieta diaria, apetitosa y puntual, afines a un atuendo deportivo y matinal. ¿Cuántos podríamos llenar con lo que cuesta el más barato de los otros?

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