La dictadura de la mayoría

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Cuando la verdad y la justicia dejan de ser esencias permanentes de la razón, y se abandona a decisiones puntuales de la mayoría de cada instante la definición de lo que es justo o injusto, verdad o mentira, el bien o el mal; se llega inevitablemente al azote de nuestro tiempo, al relativismo. Como el Estado obedece a la dictadura de la mayoría que ejecuta el partido en el Poder, solo bastará hacerse con esa mayoría para trocar en justo, aceptado y legal, aquello que puede ser perfectamente abyecto e inhumano. “Nunca olviden que todo lo que Hitler hizo en Alemania era legal”. La frase, que pertenece a Martin Luther King, no puede ser más reveladora. Así, Mariano Rajoy o Artur Mas, opinan que todos los españoles o solo los catalanes, podemos decidir si deseamos que nuestra Patria siga existiendo o no. La mayoría será también quien decida si un obrero ha de vivir en la miseria, porque nosotros, ciudadanos libres, no estamos obligados a aceptar unas condiciones, pero como son ellos los que las fijan, puede usted morir de hambre en absoluta libertad. Se llega al punto de que el aborto porque sí, es ya según la mayoría parlamentaria, un hecho pacíficamente aceptado.


No obstante, a esta dictadura de la mayoría, de la cantidad que aplasta a lo que es justo y verdadero y que enmudece a lo que cualitativamente es superior, a este Sálvame Deluxe sobre la televisión de calidad por razón del share; se la pretende ahora sustituir por más dictadura todavía, la del asamblearismo; que tal y como se pretende implementar es la dictadura de la mayoría y de la cantidad sobre la calidad, pero elevada a la enésima potencia. Todo ello en pos de una falsa libertad. De esta forma se mira con envidia equivocada a Suiza, por ejemplo, y su profusa práctica consultiva popular. Error, nada hay más triste que un pueblo perdido y sin rumbo ni misión histórica que continuamente debe apelar al referendo popular para guiar sus destinos. En función de esa mayoría, cambiante y voluble, justificada por su propio peso y nada más; se puede un domingo cualquiera legitimar la pena de muerte para otro borrarla, y el muerto, muerto queda. Esa falta de espiritualidad, de ensoberbecida infalibilidad de la mayoría aún expresada a través del sufragio universal, embrutece y barbariza al hombre al que sólo mediante el reconocimiento como portador de valores eternos de justicia y verdad que le son inherentes se respeta de veras su libertad.

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