Agostando

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El verano poco a poco va tocando a su fin, y aunque aún nos quedan algunos días más para que termine de forma oficial dándole paso al otoño, lo cierto es que la mayoría de nosotros ya hemos dejado atrás todo aquello que le otorga al verano su carácter especial. Las vacaciones, los baños en piscinas o playas, trasnochar... Todo eso queda ya atrás para volver a la rutina, ese tiempo marcado por la habitualidad y la repetición de las cosas, que adoptan un tono de poca alteración en las mismas. Todo permanece y discurre dentro de unos márgenes en los que cabe muy poca variación.
Quienes hayan tenido la suerte de cambiar de aires durante este tiempo por uno o varios días, visitando otras ciudades y poblaciones, habrán tenido la ocasión de comprobar por ellos mismos que nuestra querida Jaén, en contraste con otros lugares, parece haberse instalado en una rutina continua en la que permanece ajena a todo cambio o progreso y evolución. Aquí la vida sigue igual. A lo largo del verano, asomándome al exterior, aunque sea de forma fugaz, pude comprender muy bien el porqué, de que muchos de mis amigos y conocidos, hayan tenido que hacer sus maletas y buscar una oportunidad fuera de nuestras calles, fuera de nuestros muros, fuera de sus casas, lejos de sus familias y de sus amistades. Cierto es que la crisis es para todos, y que yo sepa, en ningún lugar de España están ahora mismo las cosas para atar perros con longanizas. Sin embargo, la sensación de que la oportunidad de encontrar un porvenir lejos de Jaén tiene muchos más visos de prosperar que en nuestra ciudad, se hace evidente a los ojos del que, aunque sea por unos días, puede salir de Jaén para asomarse fuera. Vida, actividad, comercio, turismo, empresas, dinamismo -mermados por la crisis, sí- pero más prósperos, qué duda cabe. Sin empresas que ofrezcan trabajo, sin actividad que promueva el negocio, sin oportunidad alguna que dé esperanzas e ilusión alguna, son ya demasiados los compañeros de quinta que han debido de abandonar Jaén en búsqueda de una manera de ganarse la vida. No queda otro remedio que emigrar cuando tu tierra, por desgracia, te niega la oportunidad de trabajar.


Lamento mucho que nuestra ciudad no sea capaz de ofrecer a sus hijos un futuro. Negro lo tenemos cuando Jaén se queda sin giennenses. No se han podido hacer las cosas peor en esta bendita tierra que parece encorvarse, triste y harta ya de tanta penuria sin tregua, en que sus gentes claman por un cambio que ponga fin a esta situación. Un cambio que propicie que los giennenses se sientan orgullosos de su ciudad porque es capaz de darles un futuro a sus jóvenes, una ciudad viva, en movimiento, digna, limpia, cuidada. Qué ganas tengo de ver a Jaén con el mismo destello en los ojos con que he visto las maravillas de otros lugares, que por ahora, para nosotros, son sueño. Esta ciudad necesita salir de su rutina, que es la de agostar, de contagiar de ese languidecer a todo lo que en ella sucede, de todo cuanto en ella ocurre.

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