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La culpa es mía por callarme

Cataluña, como problema irresoluble en el marco constitucional de una España forzosamente unida a martillazos, se le va de las manos a una derecha incapaz...

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Cataluña, como problema irresoluble en el marco constitucional de una España forzosamente unida a martillazos, se le va de las manos a una derecha incapaz de favorecer la reforma de la Carta Magna ante el desafío soberanista. Catalunya, como solución a una demanda histórica indefinidamente aplazada/postergada, cuestiona la legitimidad de las instituciones democráticas del Estado, sorteando atropelladamente la prohibición cautelar del Tribunal Constitucional. Cargas policiales y pelotas de goma para garantizar el orden, el cumplimiento de la ley, la retirada de las urnas instaladas, frente a la rebelión cívica de quienes defendían la celebración del referéndum, apostados nutridamente ante los colegios electorales. Después del ejercicio mutuo e infame de impotencia pseudodemocrática, a partir de hoy, Puigdemont y Junqueras podrían acordar la disolución de la cámara autonómica, anticipando unas elecciones autonómicas que –el ambiente prebélico recreado ayer lo favorece- inclinarían la paridad vigente entre constitucionalistas y secesionistas en el Parlament a favor de los segundos. Cuanto más se encona el enfrentamiento, más difícil se hace la búsqueda de soluciones sensatas.
La Jaén céntrica del sábado por la mañana amanecía con profusión de banderas rojigualdas en los balcones que luego irían multiplicándose, en formato móvil, individual, empequeñecido, de ‘a mano’, a través de decenas/centenares de ciudadanos, tan comprometidos con la indisolubilidad de la Patria como concienciados de la necesidad de meter en cintura, de una vez por todas, a la marea independentista catalana. “Autorizada, 12 del mediodía, concentración de apoyo a la convivencia pacífica de todos los españoles, incluidos los catalanes que también forman parte del Reino de España, a las puertas de nuestros ayuntamientos”. No quiero ni imaginar la suerte del incauto ambidiestro que, haciéndose eco literal de la citación, hubiera aparecido por la Plaza de Santa María portando tanto la bicolor como la estelada... El diálogo previo, radicalizado, la política en mayúsculas, como correspondía a un estado de excepción, de choque de trenes, fracasó estrepitosamente. Nadie tendió puentes porque el procés estaba secuestrado por los intolerantes, de uno y otro bando. Si la democracia, el sistema menos malo de los posibles, encalla en tesituras trascendentes como la de ayer, convendremos que lo más razonable sería cambiar de actores, perseverando –eso sí- en la fórmula. Es decir, más libertad, más amplitud de miras y menos verdades absolutas.


Predisponerse al entendimiento, y no justo lo contrario, como le dejaba caer con retranca Domingo Bonillo, alcalde de Carboneros, al president Carles Puigdemont, al hacerle entrega de la partida de nacimiento de su abuela materna, nativa de La Carolina, el pasado mes de junio, con motivo de la visita que cuatro regidores jienenses de la comarca norte giraron al municipio tarraconense de Valls, donde reside una importante colonia de emigrantes andaluces, para difundir los actos conmemorativos del 250 aniversario del Fuero de las Nuevas Poblaciones, en cuya bandera reza precisamente el lema “Nacimos con el Fuero para la concordia de los pueblos”. Meses o años después de que los ilustrados olavidianos de Carlos III repoblasen el paso andaluz ‘Madrid-Sevilla’ con colonos centroeuropeos, algunos terratenientes lugareños, expropiados a golpe real de aquella tierra que desde siempre les había pertenecido, decidieron recuperar su pleno dominio acabando físicamente con los intrusos.


Los vencedores, caínes sempiternos, hoy se envuelven en banderas y uniformes para recordarnos, desde Cataluña, o en cualquier otro confín de España –yo todavía creo en el concepto de compartir la misión histórica de España como pueblo- que la tierra inmaterial, que es bien común de todos los españoles, sigue sin ser para el que vive en ella, la soporta y la trabaja a diario; porque la tierra que pisamos, y que algún día nos engullirá en su maternal seno, continúa siendo patrimonio sagrado (la tierra de Las Españas, hoy, en todo caso, es para quien la poseyó en 1.978, metiendo miedo a diestro y siniestro) de los más cafres, de los más intransigentes, de los más cabrones, de los más violentos de cada camada, dueños asimismo del silencio cómplice de ciudadanos pacíficos como usted o yo, que acostumbramos en los conflictos a abogar por un camino del diálogo hacia el consenso. La culpa es nuestra por permitir que se arroguen de nuestro derecho de pertenencia. España –y Catalunya- también es nuestra. La culpa es mía por callarme.

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