Eutopía

Vaya una a saberlo…

La autodefensa de nuestra identidad, cuando es ignorada sin tregua, termina por pasar factura a quien en vez de aportarnos, nos va minando los sentimientos

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Y se vestía diariamente con el traje de la duda. Sus inseguridades bloquearon todas las puertas de emergencia. Respirar se convirtió en un acto de supervivencia. De nada sirvieron las advertencias, las predicciones, los acuses de recibo cuando la cuerda se tensaba hasta casi deshilacharse. Romper todo lo construido, hasta transformarse en una necesidad, fue la única salida. Perderse para recuperar esa individualidad que se difuminó hacía mucho tiempo, entre los barrotes de tantas jaulas. Esta breve historia como tantas otras… La autodefensa de nuestra identidad, cuando es ignorada sin tregua, termina por pasar factura a quien en vez de aportarnos, nos va minando los sentimientos. Se sigue normalizando, en el ensayo-error de la escasa educación emocional y de la tergiversación acerca de los pilares en los que debe asentarse una relación afectiva, que los celos son una manifestación consecuente del amor. Una equivocación tan frecuente como perjudicial. Los celos provocan efectos indeseables al enmarañar la confianza. Al deteriorar todos los canales de diálogo y comunicación. Las conversaciones terminan siendo un catálogo de explicaciones, sólo para calmar el ego de la persona que nos pone entre la espada y la pared. A quien le afecta, le toca despertarse y acostarse en la cama de la sospecha. Entre incertidumbres, se cae en la apatía de dudar lo indudable, de doblegarnos despidiendo a nuestro “yo”. No ser una misma. No hacer, para evitar. No mirar, para cegarnos. No hablar, por si ofendemos. No callar, por si piensa que ocultamos algo o mucho. Finalmente, acabamos siendo el reflejo o la “sombra de”… un proyecto piloto que continuamente debe enseñarse, como una propiedad privada. Los celos debilitan y estallan el cristal del respeto, que es difícil de recomponer o casi imposible de pegar,  con la pretensión de que vuelva a quedar bien… Por eso, desde todos los medios posibles, donde se ejerza una influencia en la socialización, y dirigida a todas las edades y generaciones, debe ser imprescindible, cuando se enseñe o hable de cómo establecer todo tipo de interrelaciones personales y sociales, separar lo “positivo y deseable” de la morralla trasmitida sobre los apegos egocéntricos, los miedos, los celos románticos, el patriarcado y androcentrismo, los estereotipos asignados e impuestos a la mujer, o las patologías que conllevan a un estado permanente de infelicidad… Que queramos y nos quieran, no en los excesos, sino “desde  y con” emociones equilibradas. La celopatía puede llegar a convertirse en la trampa que nos impida una vida en armonía con nosotras/os mismas/os y las demás personas. Es una huida de la responsabilidad que tenemos, un garabato de despropósitos que pisa, una y otra vez, la línea de la libertad y autonomía de quien se encuentre a nuestro lado. Los celos son el peor de los finales de todo cuento. Es una invención cultural que nos divide en categorías humanas. El peligroso juego de la dominación y la subordinación, de ese doblegarse hasta el ahogo, de una de las dos o más voluntades… Ojalá los celos no tuvieran tan buena prensa, ni justificaciones racionales, ni siquiera un mínimo de tolerancia… No permitamos que se nos haga realidad los versos de Mario Benedetti: “Posiblemente me quisiera, vaya uno a saberlo, pero lo cierto es que tenía una habilidad especial para herirme”…

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