Eutopía

Pertenecientes a la Unidad

El instinto primario de la dominación trunca la experiencia de sentirse en armonía con todos los seres, vivos e inertes

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El instinto primario de la dominación trunca la experiencia de sentirse en armonía con todos los seres, vivos e inertes. Desde ese antimodelo, se intenta escalar por encima de “la/el” e incluso “lo” otro, sin considerar, que formamos parte del mismo “Todo”. Crecer, superando los miedos e inseguridades, hace que caminemos necesitando a las demás personas, no en el sentido utilitarista, sino desde el reconocimiento a su derecho a una existencia digna. Avanzar, teniendo como premisa ética que es mejor liberarse de las competitividades, es sin duda fruto de una madurez y un equilibrio que no pasa inadvertido.  Supongo que la edad y los hechos realmente transcendentales, son los que saben establecer el orden de las prioridades. Nos han educado, por ejemplo, en verle la cara positiva y necesaria, a nuestra parcela profesional. La realidad socioeconómica, ha invertido tanto la aspiración de obtenerla, como sus matices a la hora de enfrentarnos a ella. De tal forma que rara vez se escucha que el espacio laboral está exento del nido de las toxicidades. La inteligencia emociona, brilla por su ausencia, y es muy obvio que la mediocridad le gana el pulso al trabajo “de y entre” iguales. Las estructuras empresariales que son conservadoras potencian la jerarquización y el liderazgo autoritario. Las órdenes acallan las voces de participación y cumplen el cometido de señalar quiénes se sitúan en primera fila y quiénes en las últimas gradas. En esos nichos laborale, se va a hacer saber a las opiniones discordantes con la “cúpula”, las consecuencias que eso acarrea. El silencio se hace cómplice. Las obligaciones personales, familiares y sociales también lo refuerzan. Trabajar se ha convertido en una especie de acto de fe ciega, que aunque venga con unas condiciones pésimas y denigrantes, no nos permite exhalar ni la más mínima queja. La Política, como ideología y vía de resolución de problemáticas, ha dejado de convencer a la ciudanía por sus ejemplos constantes de destrucción de empleo y por su prostitución al poder y al mercado. Para dar respuesta a nuestras necesidades básicas, vivimos para trabajar, y encima en la mayoría de los casos, no se puede ejercer sin excluir parcelas igualmente (o más) relevantes. Si en todas las facetas de nuestra realidad nos representaran Personas capaces de no dejarse contaminar por el estatus y los privilegios, ésta se transformaría en una plaza de encuentros, alternativas y oportunidades. Personas que fuesen imprescindibles por lo que aportan al “común”. Que fueran conscientes de su “parte” pero que en ningún caso se vendieran ni se dejaran corromper. Necesitamos Personas, jóvenes y mayores, ricas por ser austeras, sabias por ser honestas…Necesitamos Personas diversas a la vez que únicas, tan singulares como comunes… Necesitamos Personas que reflejen en su ser y actuar lo mismo que se desprende del protagonista de ‘Siddharta’, obra de Herman Hesse: “La serenidad que da la sabiduría, a la que ya no se opone ninguna voluntad, la que conoce toda la perfección, la que está de acuerdo con el río de los sucesos, con la corriente de la vida, lleno de igualdad de sentimientos, entregado a la corriente, perteneciente a la unidad”. Sí, indudablemente, necesitamos Personas en mayúsculas, que  nos enseñen y aprendan, incluso más allá del final…

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