Eutopía

Como andar de espaldas

Todo un sembrador de nuevos conceptos. Enterró, con su originalidad, la gramática de siempre, para regalarnos formas nuevas, y algunas veces, imposibles

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Acotar los ámbitos del género literario de la poesía, es querer limitar lo inabarcable. Cada persona, que siente su pulsión, sabe de sus requerimientos, de sus ambiguas aristas, de su necesidad de liberación de tópicos. La creatividad, la circunda y la impregna, de tal manera, que hay versos, que son capaces de arribarte a otras realidades, sin haber dado, ni un paso de nuestra burbuja personal. Casi siempre, suele ser compleja, aún vistiéndose del vocabulario más sencillo y cotidiano. Y es así, porque su simbolismo, puede ser evidente o estar escondido entre la frontera de lo latente e inexpresable. Hace un año, que perdimos a todo un referente de la literatura brasileña. El llamado “poeta del pantanal”… Manoel de Barros. Sus poemas, parecían ser recolectados de la misma tierra. Cantaba a la belleza de cada ser de la naturaleza, de cada especie animal y vegetal, reflejando un profundo respeto y su sintonía con todos los elementos: “En el Tratado de las Grandezas de lo Ínfimo estaba escrito: Poesía es cuando al lado de un gorrión el día duerme antes. Es cuando un  trébol asume la noche y cuando un sapo engulle las auroras”. Para este poeta, su oficio era: “Volar fuera del ala”. Provocaba. Construía, pero también, deconstruía los sentidos. Jugaba, hábilmente, con las sílabas. Todo un sembrador de nuevos conceptos. Enterró, con su originalidad, la gramática de siempre, para regalarnos formas nuevas, y algunas veces, imposibles. Hay composiciones suyas, que pueden desnudarnos por completo, y dejarnos sin apenas aliento: “No tiene altura el silencio de las piedras”. Imaginarlo, escribiendo o garabateando, es ver la estampa de unas manos pequeñas, encajando piezas, subiendo muros para luego derribarlos al antojo, fantaseando con aquello que sólo los pensamientos sin contaminaciones son capaces de gestar. Lo no hallable, es posible en sus poemas, porque se divertía en ellos, como una deidad con sus creaciones: “Las hormigas son indóciles de huecos. Cómo serán de ardientes en los caracoles los deseos de volar […] Porque son soledades que andan en la pared”. Lo aparentemente absurdo, cobra un sentido diferente: “Los insectos necesitan más de cien años para convertirse en hoja”, en cambio la: “corriente de los ríos necesita casi cien años para volverse murmullo”. Dibuja estrofas con fórmulas irrepetibles: “A quince metros del arcoíris el sol es oloroso. En las brisas viene siempre un silencio de garzas. De cada veinte iguanas debilitadas por estrellas, quince pierden el rumbo de las grutas” ¿Y cómo desembocan finalmente y se resuelven sus universos? Con un toque magistral de inventiva: “Todas estas informaciones tienen un soberbio desinterés científico: como andar de espaldas”.  Manoel de Barros, fue un trovador no convencional de los diccionarios, huyó de lo formalmente señalado, rasgando las apariencias para irrumpir con fuerza en el mercado infinito de la fantasía. Quizás su experiencia vital, estaría cercana a sus versos autobiográficos: “Tengo abundancia de felicidad. Mi patio es mayor que el mundo”. Fue poco aficionado a la informática, pero sí a su “Invencionática”, la que le ayudó, con la mezcolanza de las palabras, a componer  y amasar sus propios silencios.

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