Escrito en el metro

Bosques de Málaga

En los últimos cincuenta años, a pesar de la creencia, hemos recuperado buena parte de nuestros bosques, gracias a la perseverancia de personas como Lazárraga

Hace unos días Macarena Gea defendió un interesante trabajo en el que ha pretendido reconstruir la evolución de los bosques de nuestra provincia desde hace seis millones de años, cuando unas selvas tropicales tapizaban las tierras emergidas separadas por un brazo de mar, el gran canal del Guadalhorce, que unía Alborán y la Vega de Antequera. Es una historia apasionante porque ella encierra buena parte de los secretos de nuestra idiosincrasia.

Nuestras masas forestales han sido desde entonces modeladas por grandes cataclismos geológicos. La desecación del Mediterráneo, las glaciaciones o la formación del desierto del Sahara han seleccionado los árboles que hoy conviven con nosotros. Pero la actividad humana ha sido determinante en la conformación de las masas forestales. Los bosques siempre fueron molestos para las sucesivas invasiones bélicas siendo pastos de las devoradoras llamas. Sin embargo fue el ardor marinero quien condicionó las actuaciones más devastadoras en nuestros montes. La provincia marítima de Málaga era tan codiciada por la armada que se le conoció como la provincia de la encina y en ella se llegaron a arrasar más de setenta mil robles con objeto de fortalecer unos barcos que dominaran todos los mares. La provincia fue tan esquilmada que tan solo quedaron tres árboles por hectárea, llevando a la extincióna varias especies de la faz de nuestra provincia. Hasta el emblemático pinsapo se llegó a dar por extinto a principios del siglo pasado.

En los últimos cincuenta años, a pesar de la creencia, hemos recuperado buena parte de nuestros bosques, gracias a la perseverancia de personas como Lazárraga que advirtieron que el futuro de nuestra provincia dependía de disponer de extensas masas arbóreas, en especial en el entorno de la capital. Es curioso que él junto a otros malagueños fuesen los primeros en celebrar el día del árbol a nivel mundial. Pero seguimos estando en deuda con nuestra naturaleza. De los bosques dependen la calidad de nuestra atmósfera, la bonanza de las cuencas de agua, la producción de suelos fértiles, la valiosa biodiversidad o la muy apreciada calidad de nuestro paisaje. Pero sobre todo ellos nos indican la sensibilidad de sus pueblos, si cuando vemos arder un bosque sus gentes no se sobrecogen es un mal síntoma sobre todo cuando se hace por pura codicia urbanística. Aquí hemos tenido magníficos ejemplos. Resulta difícil de comprender como la revisión de la norma permite hoy volver a especular con esos suelos en los que en su día hubo tanta bondad como la de un bosque.

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