Mal momento para hablar de federalismo. En teoría pudiera parecer que es el tiempo idóneo para plantear un reparto político y territorial del poder para que nuestra “nación de naciones”, nuestra “patria de nacionalidades y regiones”, nuestro “ país de nacionalidades históricas y regiones con historia” sea capaz de encontrar el modelo adecuado para seguir progresando en el proyecto de indudable éxito que ha sido el Estado de las Autonomías.
Para muchos pueda que sea el momento adecuado para abordar esta reforma profunda, que garantice la convivencia común de canarios y vascos, de catalanes y andaluces bajo el paraguas de las mismas leyes. Es evidente que ha surgido con fuerza un asunto no menor que puede resumirse en pocas palabras: todo lo que signifique dar fuerza y aliento a los provocadores del desbarajuste catalán tendrá la oposición mayoritaria de la opinión publica. Se entiende que cualquier cesión es pan para hoy y hambre para mañana. Ya se sabe que cualquier acuerdo constitucional y estatuario es provisional para los nacionalistas. ¿Para que ceder? ¿ Para qué entrar en el embrollo si no conocemos el final de la operación? ¿Vale la pena abrir el melón constitucional - que tendrá que ser sometido a referéndum- si no conocemos el final de la operación? ¿Acaso van a renunciar los nacionalistas a sus postulados?
El federalismo es la solución ideal que otorga a los ciudadanos y a sus instituciones de cada parte de nuestro Estado Social y Democrático de Derecho la responsabilidad de gobierno en sus territorios, con una delegación del poder constituyente que - según la Constitución- sólo corresponde al pueblo español. Ahí está el nudo del asunto. Para todas las construcciones teóricas que están publicitando catedráticos, juristas, políticos y ocurrentes de toda laya y condición cualquier modelo de reforma hay un molde que no puede romperse : la unidad del Estado. La unidad no es un concepto vacío. Significa fundamentalmente lealtad al sistema constitucional.
La crisis catalana - la más ardua de nuestra corta experiencia democrática- ha puesto de manifiesto dos extremos: la Declaración Unilateral de Independencia y la aplicación del artículo 155 de la Constitución. Entre los dos puntos, la reforma constitucional se antoja muy difícil. En cualquier caso hay que pensar en el sistema y en quienes lo acatan. Los que lo quieren destruir tendrán que pensárselo. El modelo federal sólo puede tener recorrido y futuro desde la lealtad.
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