Estamos habituados a ver comparecencias en el Congreso americano en las películas yankees y también en las cadenas televisivas anglosajonas. Cuando alguien es llamado a declarar ante una comisión parlamentaria resulta un espectáculo impresionante. Se trate de las comisiones antimafia, de la del director del FBI, de los generales que deben aclarar cuestiones militares dudosas o de los candidatos al Tribunal Supremo que se presentan al preceptivo examen parlamentario del mismo modo que los futuros componentes del gabinete del presidente, consejeros o secretarios del gobierno. Se trate de quién se trate.
España es diferente. Para mal, sin duda alguna. Comparece un acreditado bandido, sin escrúpulos, como Bárcenas, con 42 millones de euros en Suiza, tras pasar por el puesto de tesorero del partido que gobierna España con Rajoy desde 2.011 y que la gobernó con Aznar entre 1.996 y 2.004, y entra como un señor en la Cámara. Se producen dos grandes y llamativas impertinencias. La primera, que de entrada se niega a contestar. Por cierto, cuando contesta a algo lo hace con la actitud de un claro desacato –sin entrar en materia penal- al superior –el diputado- que lo interroga. La segunda, que el partido del gobierno, el que dispone de mayor número de diputados, el PP, el que presuntamente tenía que haber sido estafado en esos millones suizos, extraídos de sus presuntas comisiones por obra pública, no hace una sola pregunta.
Bárcenas y el PP no se rozan. Ni una cuestión que preguntar siquiera por decoro y respeto a la Cámara. Aunque sólo sea por el mero detalle de guardar el estilo.
Pero el mayor sinsentido es la forma y la presentación del falso interrogatorio al compareciente. El modelo español en las Cortes está totalmente desfasado y trastoca el sentido del que comparece. Se sitúa arriba, en la mesa de la presidencia de la comisión, como si también presidiera la misma. Y debajo los diputados parecen sus alumnos –más o menos aplicados- que formulan sus preguntas que no son contestadas o lo
son de forma desabrida.
El cambio en esto debe ser radical. Por pedagogía y por política. El que comparece viene a darles cuenta de sus hechos o de sus dichos a los representantes de la soberanía nacional. Por tanto, debe situarse abajo y frente a los diputados, formados como un tribunal. Los que saben lo hacen así. n
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