Los diferentes estados de ánimo se reparten por barrios. Euforia en el PP porque ni la corrupción ni las filtraciones de conversaciones de un ministro –el de Interior- dando su visto bueno al espionaje por motivos políticos de adversarios, fundamentalmente independentistas, hacían temer por los resultados. Otro ministro –el de Industria- se había visto obligado a dimitir porque engañar a todos con sus negocios familiares ocultos destapados en los Papeles de Panamá. El resultado –ganando diputados y votos – es para que se hayan convertido en la verdadera sonrisa del país –salvo Aznar-.
Los de la sonrisa –Unidos Podemos- la han perdido. Se esfumaron inesperadamente votos a raudales. Las encuestas los traicionaron porque, con un extraordinario resultado para un partido de dos años, parecen los grandes perdedores. Han sido los niños mimados de las televisiones y de una parte de la prensa y los reyes indiscutibles de las redes sociales. La alianza hacia el PCE e Izquierda Unida y hasta con otra decena de pequeños partidos ha demostrado que la suma política es a veces la resta. Ellos no han explicado su fracaso relativo. Parece tonto pero no lo es: Venezuela y Grecia no les ha ayudado. Las mil ideologías exhibidas en tan escaso tiempo tampoco han convencido.
Ciudadanos ha perdido menos de un punto pero la circunscripción electoral provincial –de eso ha sabido Izquierda Unida más que nadie – le ha hecho desperdiciar muchos votos. Ha quedado algo desdibujado por la pujanza del PP, pero lo necesita. Muchos hijos pródigos han vuelto a la casa popular después de divertirse durante unas vacaciones dadivosas en zonas más alegres de la política, como es el campo liberal de Ciudadanos. Aunque heridos, seguirán adelante con su programa.
El PSOE ha descendido en escaños pero no en porcentaje de votos. Ahora –como tras las elecciones anteriores- tiene la llave de hacer presidente de gobierno. Pero menos porque el conjunto de la izquierda ha perdido peso en la Cámara y porque la incompatibilidad de Podemos y Ciudadanos resta posibilidades. Su reto es la unidad interna. La ley del embudo del PP es que quiera que el líder y el partido de la oposición lo pongan en la Presidencia. No tiene sentido. No pasará. Ellos no lo hicieron en marzo.
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