En román paladino

Y van once legislaturas

No vale derrocar a un gobierno sino que hay que disponer de un candidato ya pactado para sustituirlo

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A las 12 de la pasada noche acabó. Se terminó la XI legislatura. La más corta, la más tonta, la más frustrante. La legislatura de la decepción.  La que quedará en el recuerdo como la que no  fue capaz de formar gobierno. Ni de derechas, ni de izquierdas, ni trasversal, ni de gran coalición, ni de pequeña. Se quería pluripartidismo, pues dos tazas: Incapacidad e ingobernabilidad. Esta legislatura debería o podría haber sido como la que comenzó el 15 de junio de 1977. Una legislatura que en aquella ocasión fue constituyente porque se venía de una dictadura y hubo que elaborar una Carta Magna  y se aprobó por referéndum la Constitución de 1978. En esta oportunidad era muy compartido que la legislatura   debería haber sido desde luego  reconstituyente porque la democracia necesita reconstruirse y dotarse de elementos nuevos de  regeneración y de innovación  territorial y administrativa. Aquella del 77 duró menos de dos años y es el  tiempo que se hubiera necesitado  en nuestros días para armar un nuevo proyecto de país, quitar los elementos que estorban y poner sobre el tapete las reformas que se afrontarían con profundidad en la siguiente legislatura. 

Ha sido una enorme ocasión perdida, especialmente para todas aquellas fuerzas que querían un cambio. Ha sido una legislatura feliz para los defensores de que no se mueva nada. Rajoy  es el español más feliz. No sólo se ha quedado en La Moncloa como si fuera un regente –de hecho ha conseguido la permanencia más larga en una sola legislatura-  sino que ha conseguido desesperar a todos los demás.

Las legislaturas españolas siguientes de 1979, 1982, 1986, 1989, 1993, 1996, 2000 2004, 2008 y  2011 oscilaron entre los tres años y medio y los cuatro años,  por la dificultad que la Constitución contempla para las mociones de censura a los gobiernos,  ya que deben ser constructivas, es decir,  que el candidato que se presenta debe  tener mayoría en el Congreso. No vale derrocar a un gobierno sino que hay que disponer de un  candidato ya pactado para sustituirlo. Este aspecto ha sido fundamental en la decisión de Podemos de no apoyar un gobierno de Pedro Sánchez. Tendría que haberse aliado forzosamente con el PP si no le hubiera agradado su política. 

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