El trampantojo

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Cuando un candidato o un líder quieren difundir un mensaje, gestión, imagen, etc. se empeña en caer en los mismos errores de siempre

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Pretender proyectar lo que se quiere ser o intentar hacer ver lo que verdaderamente se pretende proyectar se está convirtiendo en uno de los grandes males endémicos del marketing político en nuestros tiempos. Y no por las pretensiones, que son tan legítimas como muchas otras, sino por los instrumentos y las maneras de emplearlo.

Vayamos por partes. Cuando un candidato o un líder quieren difundir un mensaje, gestión, imagen, etc. se empeña en caer en los mismos errores de siempre. Pongamos por ejemplo el caso de la fotografía, a la que optan por una perfecta, superando a la del día de su comunión o el de su boda hechas con todo el cariño y consiguiendo el objetivo de salir lo más agraciado posible, y en algunos casos lo menos desgraciado. ¿Quién no ha mirado alguna vez su foto de comunión y no ha pensado que está guapo o que, para ser más justos, se tiene cara de “empanao” aunque lo importante fue guardar un buen recuerdo de aquel día?  El alter ego del candidato, opositor y líder, genera una reacción que hace que se vean estupendamente, como la bruja en Blancanieves. Pero la realidad supera la ficción y la opinión del votante, ejerza o no, suele ser unánime, fotogénicamente se está más natural posando con el pony de cartón piedra de los extintos fotógrafos de feria que en las actuales prefabricadas.  Todo esto sin entrar a valorar coletas, nudos gordos de corbatas, melenas faltas de peluquería, barbastrapezoídales, u otros aparejos que dan el punto para identificar quién es quién junto con su libro de estilo propio. Unámosle la vertiente del mensaje junto a la amalgama de vídeos creados para el momento. Desde el típico beso a un niño, el apretón de manos con un destacado trabajador, por norma a uno que se distinga bien que es un currito de verdad como por puede ser un agricultor, el vídeo donde se vean rodeados de mujeres, y si pueden ser prototipo Sálvame rayamos la perfección, pasando por el manido deportista, completan el ramillete de cortos que hacen engordar las creencias del actor más que las del propio público. Si a este efecto se le une el “sofactivismo” de las bases de los partidos en las redes sociales y la pérdida de la calle,generan un cóctel de desafección y desinterés. Sin contar con el papel de los gurús, cuyo mayor mérito se basa en acabar con el cerumen del candidato de tanto comérsela. La oreja, no sea mal pensado.

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