El sexo de los libros

Muerte de Juan Pablo I ('Meteorito')

Al ser hallado fiambre, Luciani tenía entre las manos unos papeles importantes sobre la estructura de poder en la Iglesia.

  • Lápida conmemorativa en Venecia


1978 fue un mal año para Italia. Corrían los anni di piombo (años de plomo), que cubren poco más de una década de inestabilidad y terror: 1969-1980. En el 78 hubo atentados y desórdenes. Y el 16 de marzo se produjo el secuestro de Aldo Moro, que sería asesinado el 9 de mayo.


Después tuvo lugar otro acontecimiento luctuoso y conmovedor para todo el orbe. El 26 de agosto era elegido papa Albino Luciani, patriarca de Venecia, quien escogió el nombre de Juan Pablo en memoria de los dos que le precedieron en la Silla de Pedro. La bomba vino, para consternación universal, cuando, desde la Città Eterna, el 28 de septiembre se anunciaba que el nuevo pontífice había muerto. De ahí que el pobre Luciani fuera a partir de entonces conocido cariñosamente como ‘Meteorito’, por su fugacidad en el solio pontificio, o ‘Juan Pablo XXXIII’, por los 33 días que duró su reinado. Para algunas lenguas viperinas fue ‘Sor Sonrisa’, por lo simpático que era. Una muerte tan inopinada y repentina levantó sospechas.


En su obra The Seventh Word (La séptima palabra, Fairwood Press, Kent, Washington, USA, 2004), James Thorogood sostiene que “es necesario resaltar que el hombre previsto por la camarilla manipuladora del Cónclave como sucesor de Pablo VI no era Albino Luciani sino el retrógrado Karol Wojtyla, pero algo falló”. ‘Meteorito’ no dejaba de insistir en que su pontificado sería corto y predijo su sucesión por el arzobispo de Cracovia.


Se ha escrito y hablado muchísimo sobre este incidente. Están los libros clásicos de David Yallop, John Cornwell, Georges de Nantes, Lucien Grégoire, etc. Y a pesar de la versión oficial, se debilita cada vez más la tesis de la muerte natural de Luciani.


Se dijo que el papa estaba enfermo. Mentira; su médico personal, el doctor Antonio da Ros, había certificado su buen estado de salud. Se dijo que la noche fatídica olvidó tomar una medicación imprescindible. Mentira. Se dijo que no se le practicó la autopsia. Mentira; sí la hubo, pero se silenció. Al ser hallado fiambre, Luciani tenía entre las manos unos papeles importantes sobre la estructura de poder en la Iglesia y un proyecto de cambios en las jerarquías, además de una nómina de mandatarios  eclesiásticos pertenecientes a la Logia Propaganda Due (‘Propaganda Dos’ o P2), adscrita a una rama neoliberal,  reaccionaria y de crimen organizado de la masonería. Aquellos  capitostes con capelo estaban implicados en el blanqueo de dinero procedente del tráfico de drogas y armas, lo que  significaba el encantador  añadido de la Mafia (véase: Diario Masónico - http://www.diariomasonico.com/reportajes/logia-p-2). En la boca del interfecto se dibujaba una beatífica y  leonardesca sonrisa impropia de alguien que, como se declaró institucionalmente, había sufrido un infarto. Ni rastro de señales de lucha con la muerte, que hubiera sido lo normal. Hubo una medicación —no recetada por Da Ros, como éste ha asegurado— que se le obligó a tomar o se le inyectó. Según el sacerdote e investigador español Jesús López Sáez: “A pesar de que el Vaticano lo niega, a Juan Pablo I se le hizo la autopsia y por ella se supo que había muerto por la ingestión de una dosis fortísima de un vasodilatador, lo más absolutamente contraindicado para quien tiene la tensión muy baja, como la tenía el papa”. López Sáez escribió un libro fundamental a raíz de la oscura  defunción de ‘Meteorito’: Se pedirá cuenta. Muerte y figura de Juan Pablo I (Editorial Orígenes, Madrid, 1991). 


Sobre el descubrimiento del cadáver de Luciani, se supo que no fue su secretario privado, el norirlandés John Magee, como se dijo, sino Sor Vicenta Taffarel, la gobernanta, quien encontró a Juan Pablo I muerto cuando fue a llevarle el café a las cinco menos cuarto de la mañana para que asistiera a los maitines. ¿Iría también envenenado el café por si acaso no había hecho efecto el  otro procedimiento? Lo extraño es que nunca se mencionaran los misteriosos excrementos de cerdo, aún frescos, que había a los pies de la cama del papa.


La mística Sor Erika Holzach era una vidente, un tanto esquizofrénica, que  pertenecía a la  Comunidad de San Juan, instituto secular fundado por el teólogo suizo Hans Urs von Balthasar y la pitonisa, también helvética, Adrienne von Speyr, que había conseguido embrujar al primero. Sor Holzach tuvo una revelación en la que vio cómo una mano siniestra le inyectaba una extraña sustancia  al papa, lo que Von Balthasar recogió en su libro Erika (1988), en el que hay un testimonio de Holzach, fallecida en el 87, donde dice que Juan Pablo II creía y sabía que su antecesor fue asesinado. Finalmente, el papa polaco haría a Von Balthasar cardenal diácono de San Nicola in Carcere. Está claro que para cerrarle el pico.


Como curiosidad, la alucinada y alucinante sibila Holzach profetizó así mismo varios fines del mundo (a falta de uno) y la destrucción de Roma por un ejército venido de oriente (¿Estado Islámico?) que entraría por la Vía Apia, eclipse de luna incluido.


En los papeles estudiados por Luciani, en aquella noche infinita y perfumada de azufre, había contenidos trascendentales, como las destituciones del perverso Secretario de Estado Jean-Marie  Villot y del arzobispo de Milán Giovanni Colombo; los traslados preventivos de los cardenales Agostino Casaroli y Ugo Poletti, así como las designaciones de Giovanni Benelli como nuevo Secretario de Estado y de Pericle Felici como Vicario General de la Diócesis de Roma; una reforma en profundidad del IOR, el mayor accionista del Banco Ambrosiano  (IOR:  Instituto para las Obras de Religión o Banca Vaticana, aunque realmente no tiene todas las funciones de una entidad bancaria); un ambicioso plan anticorrupción; una drástica reconfiguración del organigrama de la curial; en suma, un programa revolucionario. Villot se subía por las paredes. Los cardenales masones (todos de la P2) eran entre otros, además del propio Villot: Sebastiano Baggio, Casaroli, Poletti y Salvatore Pappalardo, si bien la lista de altos cargos comprometidos con Propaganda Due alcanzaba el número de 124; atención: sólo en Italia (Mino Pecorelli: “La gran logia vaticana”, OP-Osservatore Politico, 12/09/1978). 

         
El encadenamiento de las distintas fases de este maremágnum es complejo. En el sumario del proceso ‘Mafia-Logia Propaganda 2’, a comienzos de los 80, se establece que el Estado Vaticano actuaba como paraíso fiscal y como canal para el envío de dinero sucio a Sudamérica. Licio Gelli, jefe de la P2, y espía a sueldo de los Estados Unidos, se valió de los vínculos entre el Banco Ambrosiano y el IOR para ejercer una poderosa influencia en dicasterios y congregaciones. “El humo de Satanás ha entrado en la Iglesia”. ¿Pero cuándo esos mefíticos vapores estuvieron ausentes de ella?


También el padre López Sáez subraya la alianza USA-Masonería-Mafia-Santa Sede contra el comunismo por intereses económicos, y de qué manera en los años 70 dicha coalición financiaba, a través de la P2, el terrorismo y la desestabilización generalizada (como los intentos de golpes de Estado de signo autoritario en Italia) en beneficio de la Casa Blanca y del Pacto Atlántico (OTAN).


Los escándalos financieros de la Iglesia, y otros de diferente índole, han sido y son demasiado numerosos:  Banca Privata Finanziaria de Michele Sindona; quiebra del Ambrosiano; préstamos a empresas fantasma; conexiones con Tangentópolis (telaraña superlativa de corrupción, extorsión y sobornos en toda Italia descubierta en 1992) ; caso Guardia Suiza-Alois Estermann; caso Emanuela Orlandi-Mirella Gregori (¿prostitución en el Vaticano para clérigos, como argumentó el padre Gabriele Amorth?); los fabulosos gastos suntuarios de la Curia y el desvío hacia la misma de los fondos del Denarius Sancti Petri (Óbolo de San Pedro), así como las toneladas de basura sacadas a la luz por los  Vatileaks 1 y 2, el tráfico de recién nacidos o las  beatificaciones y canonizaciones como máquinas de hacer dinero; y así hasta la pavorosa oleada de pederastia clerical que no cesa. El propio papa Francisco reconocía en 2015 la veracidad de estas denuncias expuestas en las obras Avarizia, de Emiliano Fittipaldi (Feltrinelli, Milano, 2015), y Via Crucis de Gianluigi Nuzzi (Chiarelettere, Milano, 2015).


Como complemento a la información que antecede, hay una serie de datos particularmente destacables y escasamente divulgados. Varias obras dan cuenta de los mismos: Joseph L. Green: It was all a big con. The Vatican Cellars (No fue más que una estafa. Los sótanos del Vaticano, Penfield Books, Iowa City, IA, USA, 2010); Wolfgang Krüger: Es ist nicht gut, Geheimnisse zu haben (No es bueno guardar secretos, Harrassowitz Verlag, Wiesbaden, 2009) y Giambattista Pucci: Il discendente di San Pietro (El descendiente de San Pedro, Adelphi Edizioni, Milano, 2015).


Para empezar, según estos analistas, el cardenal Villot estaba al frente de una banda internacional de hipnotizadores de élite, los cuales podían controlar la voluntad de muchos individuos que hacían automáticamente lo que se les ordenaba. Fue un factor de hegemonía inmenso para el Secretario de Estado.


Luego había una pandilla de monjas basilicales que eran enfermeras tituladas, y una que era farmacéutica experta en hierbas venenosas. La capitana de esta tropa era Sor Vicenta, confidente, socorrista e íntima de ‘Meteorito’. Algunos atribuían a esas intrépidas monjas determinadas “acciones de emergencia en momentos de especial gravedad”. El modelo de  estas benditas esposas del Altísimo era la legendaria Sor Pascualina Lehnert, musa y hasta cierto punto femme fatale de Pío XII.


De Agostino Casaroli se decía que era el hombre de las distancias, por su habilidad para mantenerse alejado de los conflictos sin dejar por eso de influir en ellos. Participó en la eliminación  del Papa Juan Pablo I y fue Segretario di Stato con Juan Pablo  II, siendo el promotor del falso atentado contra el polaco —más bien autoatentado— con el objetivo de que el insigne   actor Wojtyla se transformara en el protagonista del tercer secreto de Fátima.

 
Del cardenal Giovanni Benelli basta indicar que, asociado a un demonio, pretendía ser papa. No era un demonio cualquiera. Se trataba de Sargatanás, Brigadier de las Milicias del Infierno y Archiduque de las Calderas, que tiene el poder de hacer invisible a quien lo adora, de transportarlo a todas partes, de abrirle todas las cerraduras y de permitirle ver todo lo que ocurre en el interior de las casas. Es evidente que, con el concurso de semejante espíritu, Benelli accedía a todos los lugares por recónditos y prohibidos que éstos fuesen, y sin que nadie pudiera verlo. Todo ello siempre según Green, Krüger y Pucci.


El acreditado neurofisiólogo colombiano Rodolfo Llinás define a la Iglesia Católica con estas certeras palabras: “Es la multinacional más poderosa y antigua del planeta, con más de 2.000 años. Es el terrateniente más grande del mundo y mueve algo así como 70 trillones de dólares”. ¿Era esto lo que quería Jesucristo?

   
 

 

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