El sexo de los libros

Manuel Caballero y \'El santo dormido\'

Todo está ahí. El todo real y único posible convertido en evidente a través del arte de Caballero que visualiza lo imposible.

  • MC: \'El santo dormido\'

En El santo dormido (2013), óleo sobre tabla del pintor Manuel Caballero (San Fernando, 1955), vemos, dividiendo el cuadro por la mitad, a un hombre desnudo, en actitud hierática, que con el dedo pulgar de la mano derecha señala a su corazón y con la  mano izquierda sostiene una cabeza con dos rostros abriéndose por la sutura sagital, una cabeza de humo, antes o después de la erupción y la lava.  Como fondo, a cada lado, se ven el sol y la luna, las dos energías esenciales de todo lo que existe, dominando sendos  paisajes en un fuerte contraste entre el día y la noche. Podemos (o no) sobrentender que la desnudez es la remisión de las impurezas.

El sol es el oro hermético de luz mineral que actúa dentro del fuego secreto; es el espíritu originario y la perfección absoluta; la luna —el oro blanco— es el principio volátil de la Obra. El sol-azufre, decimonoveno arcano del Tarot, es el padre de la piedra; y la luna-mercurio, el arcano decimoctavo de la enigmática baraja,  es la madre.

Todo está ahí. El todo real y único posible convertido en evidente a través del arte de Caballero que visualiza lo imposible.  

A la altura del entrecejo se halla el Ajna o Chakra Mental, coincidiendo con la glándula pineal, cuyo color es el gris-humo, lo que se relaciona con los gases emanados de la cabeza bifacial; Ajna o centro más elevado de la consciencia que se transforma en conciencia-testigo y en observación imparcial. En el área del corazón se encuentra el Anahata o Chakra Cardíaco o del alma individual, sede de los sentimientos, la empatía y la energía emocional; su color es el verde esmeralda. En el mesogastrio se sitúa el ManipurakaChakra Umbilical o espacio de la Kundalini, del sí y del no, cuyo equilibrio es imprescindible para el mantenimiento de la reserva energética del organismo. El color es aquí el amarillo-naranja. Una línea recta —fuerza única en una sola dirección— comunica los tres chakras con un significado de  infinito, calor, velocidad, ascensión, actividad,  espiritualidad y progreso; pero también presencia de dificultades. En El santo dormido, esta rectitud lineal sugiere —ya por la propia intención sutil del artista— resistencia ambivalente, rigor en la ambigüedad y un  confusionismo destructor.

Manuel Caballero ha sabido representar en esta pieza una totalidad geométrica, epítome del universo como configuración de un sistema poético; o, lo que es lo mismo, una interrogación inagotable que permite el acceso a lo que Lezama Lima designa como espacio gnóstico: “árbol, hombre, ciudad, agrupamientos espaciales donde el hombre es el punto medio entre naturaleza y sobrenaturaleza” (Paradiso, 1966). 

Espacio gnóstico —continúa Lezama— donde al hombre “ya se le vuelve favorable lo otro sagrado, es decir, lo invisible, lo irreal, la infinitud, buscan su momentánea transparencia, el signo en la materia, o ya la posibilidad en la infinitud”.    

De forma automática, la cabeza bifronte alude a Jano, principio y final, futuro y pasado, dios de las puertas, inventor del dinero, de las leyes y de la agricultura. Su  dualidad lo aproxima, en cierta extraña manera, a los Dioscuros o Gemelos del horóscopo. Siempre dos caras; en el sapiens, en los animales, en el misterio del firmamento  vegetal, incluso en los objetos, hasta en el aire ilimitado. El viento es percibido, en la mañana, por la posición de la manga, windsock o  anemoscopio; y, en la noche, por el lúgubre desplazamiento de la nubosidad. Estos movimientos contrarrestan la rigidez del personaje protagonista que es el peligroso eje de esta pieza. Una rigidez de letargo, como de estar pero ya haberse ido.    

El sol luce en un cielo limpio; la luna, en una noche sin estrellas y con cielo menos despejado, es cortada por una nube procedente de Un chien andalou (1929). En su  verticalidad, el hombre, con los ojos entrecerrados, mira hacia su interior de acuerdo a una combinación de dos modelos iconográficos: el de un emperador o un dios y el de un místico, absorto en su huida, que ha dejado muy atrás el limitado horizonte de la noesis. Ojos de presciencia, racionalización de lo preternatural, vía venéreo-purgativa, intelección de la vida interna de la materia. En realidad es el Rey de Reyes, Rey del Mundo o Presidente del Globo Terrestre, como el poeta futurista ruso Velimir Khlébnikov, en el triángulo equilátero formado por su ombligo, la luna y el sol; ombligo indefectiblemente ónfalos o  núcleo cósmico que, en este caso, semeja la entrada a una inquietante caverna que se supone llena de mimetismos nouménicos, como en el reino subterráneo de Agharta, algo que me recuerda la concentración ideorrealista de Saint-Pol-Roux, le poète assassiné, a quien Louis Aragon llamaba L’Homme-Rayon y Jacques Baron, Le Prince de l’Esprit Pur

“No el sosiego, sino más poder; no paz por encima de todo, sino guerra; no virtud, sino habilidad (virtud al estilo  del Renacimiento, virtú, virtud sin moralina” (Nietzsche, El Anticristo, II). No se trata de un mensaje pacífico. “No penséis que he venido a traer paz a la tierra; no he venido a traer paz, sino espada” (Mateo 10:34).

Ese humano insólito parece soñar el sueño eterno del cuerpo sin órganos de Antonin Artaud: “El hombre está enfermo porque está mal construido (...) Cuando ustedes le hayan hecho un cuerpo sin órganos lo habrán liberado de todos sus automatismos y lo habrán devuelto a su verdadera libertad” (Para terminar con el juicio de Dios, 1948).  

Finalmente, una conclusión posible deriva del significado mítico y político de las palabras de Huysmans sobre la Historia: “la más solemne de las mentiras y la más infantil de las engañifas” (Allá abajo, 1891). 

  
 

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