El sexo de los libros

Jane Bowles: \'Dos damas muy serias\'

Sobre los hombres: “¡Dios mío! En un minuto consiguen que un sitio apeste”.

  • Jane Bowles

Una mujer más allá de casi todo. Es Jane Bowles, de soltera Auer: judía, bisexual (aquí, eufemismo de lesbiana), escritora, nacida en Nueva York en febrero de 1917 y fallecida en Málaga en 1973. Esposa del también escritor y compositor norteamericano expatriado (también neoyorkino y  bisexual, es decir, homosexual) Paul Bowles (1910-1999), el famoso y viajadísmo Bowles que, después de vivir en distintas partes del mundo (héroe del nomadismo), acabó afincándose en Tánger, donde moriría. Bowles y El cielo protector (1949). Paul y Jane se casaron, exclusivamente por interés, en 1938. 

Jane era una mujer inteligentísima, instruida, ultrasensitiva, brillante y  rebelde que, literariamente, ha estado años marginada de manera absurda; o, como se dice, eclipsada por la mayor proyección de su cónyuge, lo que como excusa es una solemne tontería. En el mejor de los casos, encasillada como maldita y perteneciente al ámbito, entre límbico y demoníaco, de los llamados autores ‘de culto’. Marginación no sólo incomprensible sino injustificable, sin necesidad de incurrir en victimismos o en redenciones hiperestésicas. ¿Se encuentra hoy Jane Bowles definitivamente rehabilitada y reconocida como creadora? Y  otra buena pregunta: ¿Ser un autor de culto es una postergación, o el inevitable destino de tantos artistas cuya incontestable calidad no ha podido, ni en el fondo  podrá jamás, llegar a ser entendida por una mayoría fatalmente incapacitada para apreciarla?

Jane Bowles ha sido considerada sobre todo como la extravagante, insólita, libertina, transgresora y siempre sorprendente compañera de su compañero. Es otras palabras, la mujer de

Esto incluso en el ambiente supuestamente progresista, inconformista, igualitarista, bohemio de Greenwich Village, o precursor de la Beat Generation, en cierta forma pre-beatnik (hay importantes diferencias entre Beat Generation y beatnik), en cierta medida pre-hippie, etc. Incluso en ese ambiente de subversión y ruptura, los fundamentos ideológicos del sistema patriarcal seguían intactos, a pesar de algunos engañosos indicios de superación, como en realidad continúa pasando actualmente.

Desde una óptica positiva, es innegable que la obra de Jane Bowles ha sido objeto de una plausible y vindicadora labor de estudio y justa valoración. El relativo e incompleto rescate de la estadounidense se produjo en primer lugar (y aún se está produciendo) en el campo —eso sí, inmenso y globalizado— de la cultura anglosajona. Gente de la talla de Tennessee Williams, Truman Capote, Alan Sillitoe y John Ashbery señalaron a Jane Bowles como excelente narradora.  

Paul Bowles hizo todo lo posible por facilitar a Jane el lugar que le correspondía, el que ella necesitaba para respirar a sus anchas. Si lo consiguió o no (que probablemente no), es otra película. Era un matrimonio —¿cuál es el adjetivo?— abierto; eso es, un matrimonio abierto a los fantasmas sustanciales o accidentales. Espectros que aparecen reiteradamente en los libros de uno y de otra; de una y de otro. Demonios familiares.

Jane Bowles dejó escasos escritos: una novela (Two Serious Ladies, 1943), una pieza teatral (In the Summer House, 1954) y una colección de relatos (Plain Pleasures, 1966).

“La duda, la dificultad a la hora de escribir, el cuestionamiento continuo, el alto nivel de exigencia, fueron una gran losa que la hizo sufrir siempre”, dijo de Jane el pintor Rudolf Hässler. 

Dos damas muy serias es su única (y turbulenta)  novela, en la que cuenta las trayectorias de dos mujeres de clase pudiente que pretenden a toda costa  deshacerse de las asfixiantes reglas convencionales imperantes en la sociedad burguesa occidental: Frieda Copperfield y Christina Goering. Cada una va construyendo su particular Casa del Sol Naciente de los vicios, hasta llegar al descenso a los infiernos impulsadas por la seducción del abismo que Platón describe en El Banquete. Sordideces aparte, tal vez estas dos mujeres encontraron en la degradación un terrible paradigma de libertad basado en una desorganizada y autodestructiva audacia frente al orden establecido; a pesar de ello, ninguna va a poder, en sus respectivos recorridos, desprenderse de sus pautas burguesas de conducta. De ahí el fracaso político de ambas aventureras que Jane Bowles expone desde la ambigüedad moral, la ironía y el escepticismo; en algún momento desde el sarcasmo.    

Sobre los hombres: “¡Dios mío! En un minuto consiguen que un sitio apeste”.

En la playa, la señora Copperfield, casi desfallecida por el incontenible deseo sexual, se agarra a un muslo de Pacífica, la prostituta panameña que es su amante. Copperfield recuerda entonces un excitante sueño erótico (teresiano) en torno a la fusión con el ser amado, que es descrito en el estilo seguro y lleno de fuerza de Jane Bowles; un estilo sostenido rigurosamente a lo largo de toda la novela y que demuestra la destreza idiomática   de la autora: precisión sintética ajena a todo retoricismo, prodigiosa naturalidad y deliciosa fluidez. Estilo muy avanzado para su época.

Mujeres en busca de independencia e identidad: un tópico —pródigamente manoseado por la literatura contemporánea— que Jane Bowles reconfigura, interpreta y desarrolla con sobrada maestría y no poca intención satírica.

Escueta exactitud con la que se resalta la oscura punzada de placer que provoca un miedo ambivalente: “Pero la señorita Goering, tan timorata por lo general, experimentaba esa clase de júbilo que es común a ciertas personas poco equilibradas pero optimistas, cuando se aproximan al objeto de sus temores”. Es fantástico. 

O esos fragmentos que por sí solos constituyen toda una manifestación poética del criterio sadomasoquista reavivado por el Surrealismo: “Les diré simplemente que mañana por la noche traeré aquí a una joven y me gustaría que todos ustedes la quisieseis sin reservas: esa joven, caballeros, es como una muñeca rota. No tiene brazos ni piernas”. Esto lo dice un personaje masculino, cómo no.

Hasta sumido en las peores ciénagas imaginables, el amor lésbico es el más sublime y exultante.  

    
 

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