El sexo de los libros

Patricia Highsmith y los crímenes imaginarios

Recuerdo una frase perfecta leída en un relato de Patricia Highsmith: “Una ola de odio le recorrió todo el cuerpo hasta debilitarle físicamente”.

  • Patricia Highsmith

Los años pasan al margen de las credulidades, produciendo como un efecto neutralizador de las conciencias. Las nuevas generaciones heredan nuestra infidelidad y nuestra apatía: ya de hecho maduran más tarde y envejecen antes. Nunca heredarán la tierra.  

El paso de un año a otro (ya estamos a punto de nieve) es algo externo a lo sustancial; es un acontecimiento inútil y sin geometría.

La muerte es el menos extraño de los sucesos. Desde nuestra única perspectiva posible en esta materia, se trata sólo de rutina y en ningún caso de excepción:   verdad de Perogrullo que, sin embargo, cuesta trabajo asumir. La totalidad siempre es estadística. Limitémonos a contabilizar, por consiguiente y de forma selectiva, los minutos de gloria, olvidando las catástrofes: olvido que posee el extraordinario valor de un grandioso desahogo por habernos librado del responso.

Familiares, amigos, personas más o menos cercanas y habituales. Observad sus actitudes, sus reacciones, esas posturas marcadas por quién sabe qué suerte de resignación, de energía ficticia, con ese aire de aparentar que se hallan vinculados a un improbable orden natural. 

El curso eminentemente caótico de las conversaciones, el oficio del disimulo, la confesión intempestiva que genera cómplices involuntarios. Es entonces cuando se desearía tener una boca prestada.

Recuerdo una frase perfecta leída en un relato de Patricia Highsmith: “Una ola de odio le recorrió todo el cuerpo hasta debilitarle físicamente”.

La señora Highsmith comprendía la necesidad del asesinato, esa súbita y lúcida voluntad de destruir al otro sin que importen ni el espacio, ni el tiempo, ni siquiera el móvil. Únicamente el impulso elemental que instaura la certidumbre del instante y determina una decisión sin retorno. Es la imagen de un asesino en potencia, imagen ilimitada que se prolonga todavía para alcanzar el drama  definitivo.

La “razón suficiente” que describe Leibniz en la Monadología.

La razón de un asesinato invita a pensar en una especie de “gracia justificante” cuando se elige la opción del mal convencionalmente considerado; pero yendo más allá, como es lógico, de las innumerables banalidades de la reglamentación social.

Estos crímenes virtuales son fenómenos cotidianos, si bien y por fortuna, en una inmensa mayoría —y recurro así mismo a un título de Highsmith— suceden como crímenes imaginarios. Laus Deo.        


 

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