El sexo de los libros

Carl Gustav Jung aconseja el gnosticismo

Los alienígenas arquitectos de pirámides egipcias o aztecas, los millones de avistamientos de ovnis, las reiteradas abducciones, el cuento de un Cristo procedente del espacio exterior y tantas sandeces y enajenaciones de las que hay gente que habla con perfecta convicción y catastrófica familiaridad

El doctor Jung también se sintió seducido por el gnosticismo, interpretando la visión gnóstica como una reacción del inconsciente frente al dogmatismo de la ortodoxia dentro de la religión cristiana.

Pero la gnosis admitía lecturas que iban más allá del ámbito puramente religioso.

En una determinada fase de su desarrollo histórico, el Surrealismo  —o más bien un sector concreto y central del Surrealismo, con Breton a la cabeza—, se sintió, desde un punto de vista estético y formal, seducido por los deslumbrantes reflejos de aquel sincretismo filosófico-religioso en el que convergieron todas las fantasmagorías,  supersticiones, neurosis,  histerias y alucinaciones; todos los misticismos, espiritismos, hipnotismos, maleficios, mesianismos, etc. de la antigüedad. 

Es decir, que desde la perspectiva de la más febril, onírica y delirante imaginación aplicada a construcciones teórico-fantásticas de elevado valor literario, los gnósticos podían ser contemplados como los creadores del Protosurrealismo. Al margen, por supuesto, de cualquier elemento de crédito relativo a una imposible trascendencia. Dicho esto último como característico de la actitud de los surrealistas. El caso de Jung es distinto. El Jung enloquecido llegó a asumir una fe casi ciega en las doctrinas gnosticistas; pero  Jung, a pesar de su deriva psicopatológica, conservó no sólo su privilegiada inteligencia sino, sobre todo, su  indiscutible capacidad para la escritura artística.

Si Freud fue un gran novelista, Jung fue un extraordinario poeta.

Otros bastantes movimientos anteriores al Surrealismo, tanto de la Literatura como de las Artes, ya se habían internado en la inagotable mina del pensamiento gnóstico.

La poesía trovadoresca, por ejemplo, está impregnada de gnosticismo por la vía del credo cátaro. Hay muchos casos y todos están en Internet. 

La gnosis también ha influido poderosamente en el ámbito de la especulación pseudofilosófica, como teosófica, ocultista, alquímica  y todo ese infinito circo de los horrores donde una humanidad escatológicamente desesperada intenta consolarse de los padecimientos que le causa su propia naturaleza.

Flaubert escribió una obra maestra entrando a saco en la cueva de las maravillas del gnosticismo y exponiendo, sintética pero bellísimamente, los mejores tesoros allí encontrados. Esa obra es Las tentaciones de San Antonio (1874). El título verdadero sería La tentación de San Antonio, si traducimos con literalidad del francés: La Tentation de Saint Antoine; sin embargo, en castellano, el plural resulta más eufónico y, desde luego, más realista, ya que fueron muchos los asaltos del Diablo al eremita de la Tebaida.

Muy interesante, se dice.

El problema aparece cuando en algunas mentes propensas al desvarío germina la semilla de la credulidad; o cuando, en manos de embaucadores profesionales o maestros esotéricos de pacotilla, el confuso y contradictorio laberinto gnóstico se convierte en mensaje profético y ceremonia reivindicativa.

Es el escapismo cíclico de las civilizaciones decadentes y moralmente inestables.

Se trata de manifestaciones simbólicas de un estado general de ciertas sociedades, o exponentes de las situaciones álgidas de crisis.

Siempre significan algo en relación a las innumerables sociopatías y a las permanentes inquietudes colectivas.

Un fenómeno  paralelo está constituido por la paranoia extraterrestre o manía patológica del marciano escondido en el armario o debajo de la cama.

Los alienígenas arquitectos de pirámides egipcias o aztecas, los millones de avistamientos de ovnis, las reiteradas abducciones, el cuento de un Cristo procedente del espacio exterior y tantas sandeces y enajenaciones de las que hay gente que habla con perfecta convicción y catastrófica familiaridad.

Existe así mismo una abundante literatura, y encima con pretensiones científicas, sobre estos despropósitos. Ladrillos cuyas ventas masivas han supuesto para los charlatanes que los escribieron sustanciosos ingresos en sus cuentas corrientes.

El Carl Jung de la Torre de Bollingen. El Carl Jung del “inicio numinoso”. El Carl Jung de El libro rojo.

No perdáis el tiempo. Los días están contados.   

 

            

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