El sexo de los libros

Jean Genet: 'Santa María de las flores'

En Genet existió esa voluntad de epatar y el deseo, a veces retóricamente violento, de ajustar cuentas con una sociedad que, según él, le castigó durante un tiempo relegándole a vivir entre la escoria de una sórdida marginalidad.

“Sólo tu verga, desenvainada y blandida,  atravesaba mi boca con la aspereza repentinamente perversa de un campanario que revienta una nube negra, de un alfiler para sombreros que pincha un seno…”. Genet, homosexual en clave viril, narra una escena íntima con su amante. La cita es de Santa María de las Flores (Notre-Dame-des-fleurs), obra escrita en 1944 (publicada en 1948) en la prisión de Fresnes y un paso importante hacia la conquista del verbo por él mismo anunciada en su día, extraordinariamente reconocida cuando llegó el momento del éxito mundial de su teatro, sobre todo con Las criadas (Les bonnes, 1947), drama representado miles de veces en miles de versiones a cual más esotérica.     

Jean Genet (1910-1986), novelista, dramaturgo y poeta; pero, antes de eso, ladrón (primer robo a los diez años de edad), pederasta, prostituto, fugitivo de la justicia, prematuro huésped de las prisiones, vagabundo, mendigo y falsificador de documentos,  a punto estuvo de padecer una cadena perpetua, pero fue indultado por el presidente de la República gracias a la intercesión de la crème de la crème de la literatura, el arte y la intelectualidad de Francia: Sartre, Cocteau, Picasso, etc. Genet hizo lo suyo para  construir su propia leyenda, posiblemente aderezándola con no pocas invenciones alrededor de hechos verídicos, a más de recibir la ayuda de aquel consumado experto en marketing cultural que fue Jean-Paul Sartre, el cual lo canonizó en su libro Saint Genet, comédien et martyr (1952), mamotreto infumable que disgustó, con razón, a Jean Genet.

Éste conservó el recuerdo de las cabezas de sus amigos y compañeros guillotinados, hasta cuando se arrastraba a los pies de los chulos y se sentía “más pisoteado que las bayetas de fregar”. Cabezas parlantes flotan en el vacío de una noche sin final. ¿Resiste la leyenda de Genet al paso de los años? Resiste en los escasos ambientes cultos y progresistas de hoy, y ello significa que está donde tiene que estar. Todavía su obra continúa despertando rechazo en los escasísimos círculos, también cultos, más conservadores, lo que no afecta al crédito universal de su producción literaria.

En cualquier caso, Genet era francés y recibió el apoyo de la editorial Gallimard, donde conoció y trató mucho a Juan Goytisolo, quien habla bastante de Genet en su libro de memorias En los reinos de taifa (1986). Por tradición, Francia ha sabido moverse hábilmente en la industria cultural, ha sabido vender bien a sus figuras intelectuales, incluidas las que no siendo francesas han realizado su labor estrechamente vinculadas a Francia, figuras éstas a las que, en numerosas ocasiones, ha absorbido apropiándoselas. Capítulo especial, dentro de este potente entramado (cuya trascendencia ha disminuido), constituyen los escritores y artistas adscritos a una variada gama de malditismos epatantes y a la transgresión más selecta. Ahora el contexto —postcultural, posthistórico, posthumano, postlógico—  ha cambiado en términos globales, es otra cosa que ni mejor ni peor, sino neutra bajo cero.

En Genet existió esa voluntad de epatar y el deseo, a veces retóricamente violento, de ajustar cuentas con una sociedad que, según él, le castigó durante un tiempo relegándole  a vivir entre la escoria de una sórdida marginalidad. Es comprensible una reacción de agresividad antisocial, sin olvidar la intrínseca seducción del mal o el propio mal como método y ciencia de todas las cosas.  

¿Cómo una persona que llevó durante su juventud una vida como la suya alcanzó, prácticamente desde el primer instante, un admirable estilo literario asociado, además, a una sorprendente profundidad de pensamiento? Ángeles de la ambivalencia le protegían y estimulaban como al elegido que ha transitado una vía expiatoria de la que supo extraer un paradigma epistemológico.

Cuando Genet alude a la secreta provocación de la carne,  surge un símil tan fascinante como “la asombrosa dulzura del rumor de una sandalia sobre las losas del templo”. ¿De dónde procede semejante esprit de finesse para describir la entrada de Divine en el Café Graff de Montmartre? ¿De dónde la oscura y terrible sublimidad, centro exacto de un  silencio delictivo que precede a la apología de la traición, la embriaguez, la pedofilia, el latrocinio, el asesinato; que precede a la alabanza del infanticidio y, de repente, es “la noche de los relámpagos” de André Breton?

Genet fue un erastés confeso al modo helénico. En la edad de oro, la pederastia había sido otra forma de amar nada traumática, porque el erōmenos no era un niño sino un adolescente ya en la pubertad.   

¿Hay en la escritura de Genet  un modelo ético derivado de un principio radical de negación, como vieron Sartre y Cocteau? Weidemann, cuyo nombre es la primera palabra de Santa María de las flores, es un amigo de la cárcel condenado a muerte. Seis homicidios. Al oír el fatídico fallo del jurado, Weidemann “se limitó a murmurar con su acento del Rhin: ‹‹Yo ya estoy de vuelta de todo esto››”. Oración sagrada y definitivamente heroica.

Jean Genet acusó a Cocteau y a Sartre de manipulación y de “haberlo transformado en una estatua”. 

Hubo otros asesinos, compañeros de presidio, que fueron ejecutados: así el negro Angel Soléil, el soldado Maurice Pilorge (a quien Genet dedicó su Notre-Dame), un alférez de navío “chiquillo aún” y que “traicionaba porque sí”. A propósito de ellos y de Santa María de las Flores, declara Genet: “Si escribo este libro es para honrar sus crímenes”.

Un lenguaje que se eleva por encima de la totalidad, desde la precisa osadía de las imágenes, el poderoso dinamismo  sintáctico, la esmerada elección del léxico, la expresión impetuosamente libertaria y  el fuego de temor y temblor. Genet corregía y reelaboraba obsesivamente sus textos.  Pero la Literatura nunca es suficiente.       

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