La tribuna de El Puerto

A la mujer

Alejandro Merello | Permítanme que hoy, por razones obvias, no dedique mi colaboración habitual a “affairs” municipales, pues hoy sobran dedos acusadores

Publicado: 09/03/2018 ·
10:16
· Actualizado: 09/03/2018 · 11:18
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Permítanme que hoy, por razones obvias, no dedique mi colaboración habitual a “affairs” municipales, pues hoy sobran dedos acusadores para tan pocas salidas del tiesto. Verán, hoy me gustaría dedicar este artículo a la mujer, a mis mujeres, mejor dicho.

Entiéndanme, cuando utilizo el adjetivo posesivo no es una cuestión de propiedad, sino de círculos de relación. A lo largo de mi vida me he cruzado con muchas mujeres, en múltiples facetas. Desde mi madre que siempre me recordó aquello de “no hables nunca mal de una mujer”, a mi mujer con la que me ilusiona seguir compartiendo mi día a día. Y de todas he aprendido algo y espero seguir haciéndolo.

También en muchas ocasiones de mi vida profesional me las he cruzado y me las sigo cruzando, y espero seguir haciéndolo. Mujeres en todos los niveles de ocupación: compañeras, a mi cargo, a su cargo, colaboradoras, clientas o proveedoras, etc.

Y siempre he alabado el trabajo de la mujer, pero para ser honestos, lo veo con absoluta normalidad. Sólo en las ocasiones en las que me he topado con una persona con necesidad de hacer valer su presencia por motivos que más tienen que ver con un ego desproporcionado que por motivos de género, las he evitado.

Entiendo que hay que seguir luchando, y ahí estaré yo, por la equiparación entre géneros porque no podemos negar la evidencia, pero puestos a igualar, tratemos de hacerlo por arriba. Nivelar dos conductos – y de esto sabía más que yo un tal Arquímedes- no es la invasión de uno sobre otro, sino alcanzar el equilibrio igualándolos a ambos.

La galantería es una deferencia, el piropo debe ser un halago y son, ambos, herramientas que, como muchas otras, nos hacen más agradable la vida en convivencia.  

Soy un afortunado porque no vivo como un problema la relación entre géneros, porque para mí todos somos iguales. Me gusta trabajar con ellas, compartir el día a día, pero también me gusta cederles el paso, el asiento, una sonrisa y, ¿por qué no? incluso un piropo… y lo seguiré haciendo por una sola razón: porque el día es mucho más agradable con una sonrisa o un gesto amable y desinteresado. Y si me topo con alguna de las del ego desproporcionado, trato de evitarlas… pero les seguiré cediendo el paso, el asiento y, ¿por qué no?, un piropo.

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