Un año más, la Basílica de los Milagros abría sus puertas a las filas de nazarenos rojos y blancos que precedían al Señor de la Misericordia y a su madre de La Piedad; ríos de cera color tiniebla que alumbraban el caminar del Crucificado de Ovando. Este año su paso lucía varias novedades como son los cuatro Evangelistas de las capillas, obras de Mario Zambrano, y ocho guardabrisas en el canasto, sobre el tradicional calvario de claveles rojos y con el acompañamiento de la Agrupación Musical Santa María de la Blanca de los Palacios.
La cera de los nazarenos se volvió blanca y el Simpecado anunciaba la venida de Nuestra Señora de la Piedad, que lucía un nuevo Rosario regalado por los más jóvenes de la Hermandad, un palio que lucía un exorno floral con los colores de la hermandad, rojo y blanco, y que andaba con los sones de la Banda de Música del Nazareno de Rota.
Los momentos más singulares de esta Hermandad se vivieron en la Plaza del Castillo y a su paso por calle Cañas, que un nuevo año quedaron inundadas de Misericordia.
El rojo se tornó en morado y la Plaza de España quedó en silencio para ver como el Señor Cautivo enfilaba la calle Palacios buscando su querido Barrio Alto portuense a paso de horquilla, un Cristo que vestía una nueva túnica de terciopelo azul sobre un monte de claveles rojos que cada año donan sus hermanas y fieles; tras Él una fila de promesas y penitencias.
Su Madre, la del Dolor y Sacrificio, la del palio azul y negro cielo, con bordados de estrellas, luceros y de gloria una luna; vestida de negro luto, la Virgen de los Palos llegó a la calle que la espera cada año su calle Espelete, y a bendecir de nuevo al Barrio Alto.
Este año, la Hermandad del Dolor volvió a recogerse por la Puerta del Sol, quizás una decisión que quitó el recogimiento que se vivía años atrás cuando la misma se realizaba por la Puerta de Campanas.
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