El ojo de la aguja

Donantes de agua

Aún recuerdo cuando enormes barcazas de hierro llevaban en sus “panzas” el preciado líquido que de manera alarmante escaseaba en Cádiz, ciudad hermana

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Sabido es que el avance de la desertización sigue su curso “silencioso”, el extraño fenómeno que solo puede crearlo el hombre como es el cambio medioambiental que está sufriendo el hemisferio, y no vamos a entrar en detalles,  los dolorosos efectos que está ocasionando en las distintas partes del hemisferio, y que  ponen en evidencia que la naturaleza está enferma, y sabemos de la enfermedad y también de las posibles soluciones, pero por mucha cantinela que se delate, se escriba y se pasee por todos los rotativos del mundo, no hay manera, impera la tozudez, porque se ve  arrastrada por los afanes de imperio,  de líder mundial, a modo del capitalismo salvaje y avance sofisticado de los apartados armamentísticos.

Pero vayamos de lleno al asunto. En ese gran problema que se la presenta a la humanidad que nos toca vivir sin lugar a dudas aflora el de la desertización,  y este es el asunto que más o menos os voy a contar. Ya hace algunos años, no sé si lo he sacado a la palestra en otra ocasión, estando en la redacción de Odiel, tuve que cubrir un congreso sobre los cambios operados en la naturaleza, medio ambiente, etc., celebrado en Doñana. Pues bien, en pleno Congreso y en la mesa de los ponentes, un joven científico tomó la palabra, y entre las muchas verdades que puso sobre la mesa me quedé con las siguientes: “Dentro de contadas décadas, vosotros, los españoles del Sur,  tendréis el clima del norte de Marruecos, y yo, que soy de Tbilisi, tendré en mi país una gran parte del clima de España, y todo -finalizó el sabio ruso- por culpa de la desertización”.  

Ya estamos viendo a través de los informativos, no solo la cantidad de incendios, provocados o no, pero favorecidos por el aumento de la sequedad de los campos, el aumento del follaje, pantanos, embalses y diques bajo mínimos. Se añora el trueno, la lluvia, los relámpagos, que por estas fechas en años precedentes ya estaban presentes.

Y todo esto viene a cuento porque es bueno memorizar que Huelva, la provincia, su enriquecedor entorno, olvidado y aislado, allá por el año 1995 fue donante de agua. En la actualidad, según las estadísticas, Huelva se halla en la cabecera de España,  con el setenta y cinco por ciento de este preciado tesoro.

Aún recuerdo cuando enormes barcazas de hierro llevaban en sus “panzas” el preciado líquido que de manera alarmante escaseaba en Cádiz, ciudad hermana. Cargaban el agua en el vetusto muelle de Tharsis,  procedente y conducida por los bajos tubos del primitivo puente de la ría del Odiel desde el río Piedras.

Ya por aquellos años el entonces consejero de Obras Públicas, Francisco Vallejo,  nos pretendía tranquilizar a los onubenses diciendo que el agua destinada a Cádiz no iba a dañar las reservas de Huelva. ¿Se presentará de nuevo el mismo problema?

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