El ojo de la aguja

Senegaleses ambulantes

Gentes abiertas, sencillas, inmigrantes de pura cepa, que delatan siempre sus agradecimientos con el brillo de sus pupilas de azabache

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Con la llegada del estío a la localidad costera de Punta Umbría se presenta la estampa de todos los atardeceres a lo largo y ancho del remozado paseo de la ría, la de los senegaleses ambulantes con todo tipo de artículos artesanales en cuero u otro tipo de materiales que se convierten en la detención de todo paseante en sus exposiciones, y por supuesto, la venta de muchos y variados artículos, exótica mercantilidad que tiene su atendida salida por lo novedoso y también por la exquisita atención en el trato  de estos inmigrantes con el comprador , y por el gracejo del acento castellano para comunicarse con nosotros.

Son los senegaleses ambulantes en su mayoría, como Mamabou, al que ya hace tiempo que echamos de menos algunos veranos. Recuerdo, y no hace mucho, como dos años, que me dijo : vivo en Aljaraque, y me voy a traer a mi mujer y a mi hijo”. Mamabou en su tierra, el Senegal, realizaba las tareas de albañil. La verdad sea dicha, estos vendedores ambulantes que en esta época del año llegan a Punta Umbría, ofreciendo bolsos, correas, monederos, relojes, variada y extensa gama de artículos de pieles, pintan a esta zona de la localidad de  unos aires de otras latitudes de diferentes culturas.

Gentes abiertas, sencillas, inmigrantes de pura cepa, que delatan siempre sus agradecimientos con  el brillo de sus pupilas de azabache. Gentes que nos llegan del viejo continente con los deseos de conseguir un mejor conocimiento de vida y supervivencia. Algunos con su acento  francés, pero la mayoría esforzados en el castellano para su comunicación, pero a cambio de vender ofrecen sin contrapartida alguna  la generosidad de su simpatía.

Se convierten en el punto de mira de todo paseante por la calle Ancha, de pequeños y mayores con la venta de sus cachivaches, y también en ciertos casos, con sus músicas tribales causando no sólo la expectación y el rodeo de los viandantes. Senegaleses que por otro lado despliegan su arte en el cabello de mayores y pequeños, poniendo en uso los típicos y ancestrales peinados, trenzados con un arte inconmensurable y que se remontan al  transcurrir de las generaciones de sus pueblos.

Nos llega la presencia ambulante de los senegaleses en los veranos de Punta Umbría, como un adelanto justo y ejemplar en el siglo de la comunicación, si les aprietan a muchos la curiosidad, tan solo tienen que hacerles algunas compras para que, con ese castellano chapurreado, y sus eternas sonrisas blancas, nos den lecciones de sus costumbres y como viven o superviven, pero, eso sí, siempre al final de cada conversación o de de cada historia, el regalo de la imperturbable sonrisa blanca.

Vamos que, durante el verano, en Punta Umbría, no se hace necesario, pasar el Estrecho y conocer “in situ”, las costumbres y aconteceres en su mayoría dolorosos de muchos pueblos de la doliente África, nos la traen ellos, con sus sabios procederes para vivir y para que nos hagamos una idea de su auténtica realidad.

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