El ojo de la aguja

Rafael Franco ‘El Buzo’

Su voz provocaba la alegría inmensa entre el reparto de las ganancias de los hombres de la mar

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A uno desde pequeño, no en balde mis ascendientes son de Alosno y de Tharsis, le  ha tirado siempre el cante de la tierra, los primeros conocimientos del fandango, y luego el flamenco en general. Pues bien, allá por el 1989 en una taberna frecuentada por pescadores en Punta Umbría, llegué a escuchar a un cantaor, bohemio donde los hubiera, Rafael Franco ‘El Buzo’, y la verdad es que quedé gratamente sorprendido de cómo aquel hombre mayor,  avezado marinero en tierra,  le ‘daba’ a todos los palos del flamenco. Cuando los barcos regresaban de faenar y venían a la taberna  los marineros para repartir sus ganancias, aparecía Rafael ‘El Buzo’ con sus cantes, se situaba sobre el mostrador, mientras Pepe Coronel le ponía un vaso de vino blanco. Su voz provocaba la alegría inmensa entre el reparto de las ganancias de los hombres de la mar.

Y ‘El Buzo’, con su redonda y pesada humanidad, desgranaba fandangos de Paco Isidro, de Manuel González ‘El Cojo de Huelva’, Antonio Rengel, Manuel Zamudio, el Caracol, Manuel Limón ‘El Buche’, y de los insignes, Pepe Marchena y Pepe Pinto. Y cantes de todos los estilos, soleá, seguiriyas, alegrías, martinetes, livianas, verdiales, etc. Yoda una verdadera amalgama del flamenco la aireaba a las esquinas de Punta Umbría Rafael Franco ‘El Buzo’.

Sus pasos eran contados, ‘paraba’ en casa de Juanito Coronel, junto al puerto. Todos los marineros lo trataban con afabilidad y respeto, era un hombre abierto y dado a los demás, no tenía nunca nada suyo, porque todo le pesaba. Cuando los marineros le daban pescado o sardinas en una bolsa, pocas veces llevaba la bolsa a casa, porque gozaba en dársela a cualquiera. ‘El Buzo’ trasegó mucho en su vida de marinero, se llevó un tiempo sin beber, pero el reclamo de la  abstinencia le hizo volver a caer de nuevo en el vicio. Meses después me contaron que en la taberna sentado en torno a una mesa, trataba de cantar, “pero no arrancaba”, y dolido ante la impotencia, se seguía refugiando en el vino. Me dijeron que tuvo una muerte ‘dulce’. Los marineros lo vieron una tarde en el bar, con el peso de su humanidad sobre una silla, buscando la eternidad en el sueño, junto a la bolsa de pescado. La clientela no lo dejaba tranquilo, le aconsejaban que se fuera para casa, y así lo hizo, Rafael Franco ‘El Buzo’. Atravesó la calle Ancha para no pisar más la taberna. Aquella misma noche se nos fue para siempre, en el más absoluto de los silencios. Seguro que desde arriba le habían tendido un cable Pepe Marchena o el Pinto, o quizás Paco Isidro. Rafael Franco ‘El Buzo’, que fue un lepero afincado en Punta, siempre se sintió puntaumbrieño, y se nos fue sin apenas enterarse nadie. Cuentan que al día siguiente las gaviotas raseaban más sus vuelos, que parecían en sus aleteos desprender notas o arpegios de fandangos entre las singladuras de los marineros.

Hoy día, Rafael Franco ‘El buzo’, desde donde se halle, verá su taberna, su puerto y sus cantes sentenciosos, ensoñadores y dolientes, que cubrirán como con un tupido velo ese silencio de tanto arte que ha dejado en las mañanas y atardeceres de Punta Umbría, entre sus seres queridos, amigos y compañeros.

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