El Loco de la salina

Ventajas del trasplante de cara

Por fin se ha llevado a cabo el primer transplante de cara en este bendito país. Hace unos cuantos años, esto hubiera sido impensable. Ha costado lo suyo, pero ya era hora, porque aquí se transplantaba todo, excepto lo que más luce y aparece a la vista. Hoy me he levantado preocupado por la noticia y lo primero que he hecho ha sido mirarme en el espejo por si me veo en la necesidad. De pronto he pensado que, si yo tuviera una cara distinta a la que me acompaña desde que mi madre me parió, probablemente el loco de la salina sería otro bien distinto a mí y hasta vería este manicomio con otros ojos. A bote pronto la operación de cambio de cara parece complicada, dificultosa y plagada de problemas, pero nada más lejos de la realidad. El montón de horas que requiere cambiarle el careto a alguien se queda en nada, si lo comparamos con las increíbles ventajas que se derivan del cambiazo. En primer lugar hay que advertir de que no todo el mundo puede ser receptor de una nueva cara por la misma cara. Los hay incompatibles. En La Isla viven muchos incompatibles con el rostro tan durísimo que hasta el bisturí se resistiría y se echaría a temblar de tanto esfuerzo inútil. Además no están los cirujanos preparados para meterle mano a tanta dureza como se iban a encontrar. Por eso, siendo la cara el espejo del alma, tendremos que convenir en que aquí existen almas extraordinariamente duras y forjadas. Si recalamos en el terreno de los políticos, el transplante vendría a solucionar de una vez por todas el ansia incontenible por permanecer eternamente en el poder, pues a ver quién iba a darse cuenta de que siguen los mismos, si además les cambiamos la carita. Ya sin transplante la inmensa mayoría de los políticos no se va ni a tiros, a pesar de estar más vistos que Belén Esteban. Imagínense la historia, si pudieran cambiar de look. Los que ya llevan setecientos años chupando de la olla gorda podrían continuar alegremente otros setecientos, porque aparentemente los chupadores serían unos nuevos y perfectos desconocidos.


Por otra parte los tramposos podrían pasear por su acera correspondiente, aunque se les cayera la cara al suelo, pues se pondrían otra y aquí paz y allí gloria. Ahora mismo la cosa de los transplantes está en pañales y muchos se van a tener que conformar con la primera cara que se les ofrezca por muy feo que sea el donante, pero con el tiempo todo se perfeccionará y podremos escoger entre parecernos a Paul Newman o a Robert Redford. El alivio para los feos será infinito. Entonces aparecerá la competencia y el yo no voy a ser menos que el vecino del quinto. Los fachas que todavía añoran el cara al sol comprobarían en sus propias carnes la dificultad de tostar dos caras una detrás de otra. Incluso llegará un momento en que podremos tener en casa unas cuantas caras para usarlas según la ocasión y la conveniencia. Podremos tener una cara para ir a alguna fiesta, otra para ir al tanatorio, otra para pasar desapercibido, otra para echársela a algún asuntillo…Las ciencias avanzan que es una barbaridad. Si cambiamos de coche, de casa, de mujer y de suegra, ¿por qué no íbamos a cambiar de careto con lo aburrido que es ver siempre la misma película? Yo estoy de acuerdo con esos transplantes, siempre y cuando se les obligue a los transplantados a llevar en el pecho una foto con la cara anterior que tenían, más que nada para poderlos llamar por su nombre.

Por cierto, me he enterado de que los que se llevaron los siete millones y pico largo de euros del Ayuntamiento se han podido transplantar la cara. Si eso es verdad, tiramos la toalla y podemos dar la pasta por perdida. Yo alucino ante tanta cara.

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