El Loco de la salina

El libro de los gustos

Los locos solemos ser sinceros y para qué nos vamos a engañar mareando la perdiz, a mí no me gusta la susodicha exposición.

Sobre gustos no hay nada escrito y por eso se dice queel libro de los gustos está en blanco. La feria termina hoy, pero lo que no va a terminar hasta mediados de octubre es la exposición “Esculturas monumentales” que se extiende por toda la calle Real desde la Venta de Vargas hasta la Alameda Moreno de Guerra. Ya las habrá visto usted; y, si no las ha visto, acuda al primer oculista que le coja al paso. Son siete esculturas de casi cuatro metros de altura y unas cinco toneladas de peso, de color marrón y representan variadas cosas que por culpa de esta desquiciada cabeza no acierto a explicarle. Son obra de Juan Méjica, de quien afirman que es un asturiano universal. Por cierto, ¿no hay artistas del ramo en La Isla con capacidad sobrada para volcar su arte en nuestras calles? Por lo visto dicen que lo que nos han traído es cultura. Por lo visto dicen que eso es arte. Por lo visto dicen que esa exposición, antes de venir a La Isla, ha estado ya en treinta y tres ciudades de España y una de Portugal (Oporto). Por lo visto dicen que así nuestro casco histórico se convierte en centro cultural abierto, en un espacio y en un escenario de nuestra culturaal aire libre. Por lo visto dicen que esas esculturas despiertan la curiosidad de los paisanos (vale, y de las paisanas). Por lo visto dicen que así se genera una gran dinamización del centro histórico. Dicen por lo visto que son espectaculares y también dicen que los cañaíllas van a gozar contemplando la cosa. Por decir que no quede. ¡Será por predicar!

Pues bien. Los locos solemos ser sinceros y para qué nos vamos a engañar mareando la perdiz, a mí no me gusta la susodicha exposición. Probablemente y debido a mi larga estancia en este manicomio, me haya convertido en un cateto universal. Sin embargo a mí no me entra la exposición de marras, por mucho que entre unos y otros me quieran vender la moto. Y no me quiero ni enterar de lo que puede haber costado el tema, porque me van a tener que poner la camisa de fuerza, la camisita que tengo.Lo que sí les puedo jurar es que he observado a muchos cañaíllas plantarse delante de algunas de esas esculturas, y por sus caras y por sus semblantes podría deducirse que se hacen gran cantidad de preguntas, entre las cuales destaca la más simple y llana: ¿Esto qué coño es? Otros mueven la cabeza de un lado a otro y se podría traducir dicho movimiento como de no entender qué pintan en la calle estas cosas tan grandes. Algunos van y las tocan con recelo a ver si son de cartón piedra o están hechas del mismo material que la fuente del óxido.

Otros se plantean grandes dudas, como la de saber si delante tienen un toro, un caballo, un lagarto o una imaginación hecha bloque. Me imagino que habrá supuesto un esfuerzo traer estas cosas hasta aquí, pero es que a mí no me gustan. Como no paran de decir que esto es arte, he mirado en el diccionario y el maldito me dice en primer lugar: arte es “Virtud, disposición y habilidad para hacer alguna cosa”. Yo no niego que el autor de esta obra tenga virtud, disposición y habilidad, pero, si no me gusta su exposición, ¿qué hago? ¿Me pego chocazos contra la pared? Puede que en La Isla vivan muchos catetos, pero nadie me negará que cada cateto tiene dos buenos ojos para calibrar lo que le ponen por delante y quedarse como si nada o gozar con ello. En todo caso creo que las esculturas gozan de una buena ventaja. No se las va a llevar el levante por muy fuerte que sople. Y sobre todo, no se las van a llevar los que se llevan por la cara el cobre de los tendidos eléctricos.

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