El Loco de la salina

¿Se puede tener la cara más dura?

A la infanta hay que taparla, porque no se ha enterado de nada.

Es difícil. Este tipo de noticias no debería llegar al manicomio de ninguna de las maneras. No es forma de curarnos, sino de descentrarnos más de lo que estamos. Hasta el loco de mi vecino, que hasta ahora estaba pasable, ha cogido una imagen que había en el salón de esa señora que con los ojos tapados dicen que representa a la Justicia y la ha tirado por la ventana no sin antes pegarle un bofetón tan fuerte que le ha arrancado la venda de los ojos. Y lo ha hecho al grito de “me vas a volver más loco de lo que estoy”.

Después ha bajado corriendo las escaleras, le ha quitado la balanza y ha pisoteado los dos platillos en el suelo hasta hacerlos polvo. Al pobre le tuvieron que poner la camisa de fuerza, mientras se acordaba feamente y en voz alta de toda la familia real. Hoy he visto la prensa y casi me da a mí también el mismo arranque de locura. Me he aguantado, pero la sonrisa del Sr. Roca, cuyo apellido encaja perfectamente con su cara, no me pareció producto de un trabajo bien hecho, sino más bien un claro ejemplo de hasta qué punto la gente sencilla de la calle sirve de cachondeo a los poderosos. Urdanga, el yerno, ha sido condenado por prevaricación, malversación, fraude, tráfico de influencia y dos delitos fiscales. 

En algunos países son materia suficiente para cortarle del tirón la mano; aquí se le ofrece sonriendo. Si a alguien de la calle le da por robar una bicicleta, se traga todo el Código Penal y parte del Civil. El juez le preguntaría sobre qué le dijo su mujer cuando llegó a su casa. Si no le dijo nada y encima salió a pasear con la bici, es que estaba al tanto. Y, si le dijo algo y después se conformó, es que tapaba todo lo que podía y por tanto era cómplice. En todo caso, Urdanga ya tiene preparado en la cárcel, si es que va, un precioso campo de balonmano.

A la infanta hay que taparla, porque no se ha enterado de nada. No se ha enterado de nada, excepto de la suerte que ha tenido en esta vida por nacer simplemente borbona. La familia real lleva una racha increíble. Parece que quiere tapar un escándalo con otro mayor y así hasta el infinito. Y por otra parte, hay que ver las molestias que les ha supuesto a la infanta y al del balonmano tener que trasladarse de su lujosa mansión en Suiza hasta los incómodos locales españoles donde se supone que se imparte justicia.

Lo peor del caso es que la gente, cuando sale el tema, hace muecas con la cara expresando, más que indignación, una rendición y un tirar la toalla alarmantes. Ya se conforma con lo que venga y supone que eso es así y que alguien ha fabricado así la vida. Decía uno por ahí: “Todos los hombres nacen iguales, pero es la última vez que lo son”. Uno llega al convencimiento de que no existe la justicia, como decía Platón: “Yo declaro que la justicia no es otra cosa que la conveniencia del más fuerte”.

Hay frases más rotundas, como la que pronunció Leonardo de Vinci: “El que no castiga el mal manda que se haga”. En fin, que somos el cachondeo de la Historia. Es verdad que torres más altas han caído, pero el españolito, que a duras penas va sacando adelante su existencia cada fin de mes, tiene por fuerza que darle la razón al recluso Pacheco y al mismo tiempo avergonzarse de esta justicia y de esa señora con los ojos falsamente vendados y de esos platillos que injustamente lleva inclinados hacia el lado de los poderosos. Lo peor de todo esto es que, como decía Práxedes Mateo Sagasta: “Cuando se cierran las puertas de la justicia, se abren las de la revolución”. No aprenderemos nunca.

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