El Loco de la salina

Se me ha ido un amigo

Siempre me decía: “Un día se romperá nuestra amistad sin que podamos hacer nada”. Y yo le respondía: “Nunca, amigo del alma”.

Siempre había estado a mi vera. Hasta la muerte. Ayer se enterró y con él también sepultaron parte de mis sentimientos. Hoy, sin que esté en mi mano hacer nada por él, lloro su ausencia sin ningún consuelo. Desde este manicomio le quiero dedicar estas líneas con todo el cariño del mundo y, esté donde esté, quiero que sepa que se lleva un trozo de mi dolorido corazón. Es lo menos que este loco podía hacer ante la imposibilidad de volverle a dar vida.

No se lo querrán creer, pero era uno de esos amigos que en todo momento estaba dispuesto a acompañarme a todos sitios, a cualquier hora y sin mirar continuamente el reloj. Fue un compañero noble, leal, fiel…Nunca le vi un detalle egoísta. Lo conocí hace justo un año y desde entonces hemos sido como el hierro y el imán. Parece como mentira que en tan poco tiempo fuimos capaces de trabar una amistad tan duradera e inolvidable.

No tengo palabras para agradecerle cuanto hizo por mí sin pedir nada a cambio y sin ponerme nunca mala cara. Y sobre todo no tengo con qué pagarle ese apoyo silencioso que me prestó con su imprescindible compañía. Que iba a tomarme una copa, allí estaba él; que iba a dar una vuelta por el patio del manicomio, allí estaba él; que iba a cualquier rincón de La Isla o a cualquier salina, allí estaba él, siempre él. Lo echaré de menos.

Aunque no tuve el gusto de elegirlo, era más que un hermano. El tiempo que permaneció conmigo no paró de darme aliento en la suerte y en la desgracia, en los buenos y en los malos momentos, en la locura y en la cordura. Aunque tenía un carácter abierto y universal, viví junto a él lo que pudiera llamarse el pulso de La Isla, a la que ambos queríamos con auténtica locura.

Siempre me decía: “Un día se romperá nuestra amistad sin que podamos hacer nada”. Y yo le respondía: “Nunca, amigo del alma”. Parte de razón llevaba, porque, aunque ya no me quedan ganas de echarme un nuevo amigo, no tendré más remedio que acomodarme a la nueva situación y no quedarme viviendo en el vacío en esta agobiante soledad. Se dice muy pronto, pero la amistad es tan bonita, que, cuando le coges cariño a alguien, no se te va de la cabeza fácilmente y lo recuerdas añorando el pasado. Como en la famosa sevillana, algo se muere en el alma, cuando un amigo se va, pero, en mi caso, el alma se me ha quedado hecha polvo, sin ganas de guitarra y sin más perspectiva que el tiempo que todo lo cura.

Esperemos que así sea. Y sé que ahora tendré que hacerme de un nuevo amigo, porque el tiempo no perdona y es así de cruel. En fin, que pelillos a la mar. Ahora bien, en el fondo creo que mi amigo no mereció la pena. Lo olvidaré, porque debo confesar que al final no se ha portado bien conmigo. Al final ha metido bien la patita. Una pena.

Se ha llevado consigo casi todas las ilusiones y esperanzas que puse en él. Se ha ido sin que yo acabe de comprender por qué pasan estas cosas en este valle de lágrimas. Y lo que más me ha dolido es que haya tenido tan mala uva, que se haya marchado sin decirme adiós, como el que va por tabaco. Total, que con un amigo como este no necesito enemigos. Parece que tenía prisa por irse y no me ha dejado ni la satisfacción de la despedida.

Para celebrar su precipitada marcha he comenzado el nuevo año recibiendo a un nuevo amigo entre brindis y alegrías, aunque lo mismo me da la puñalada al final como el hijo de puta 2016 que ya se ha ido y del que no quisiera acordarme para los restos. Hola, 2017.

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