El Loco de la salina

¡Ay, Fidel!

La cosa es no dejar el poder. Aquí en España sabemos mucho de este asunto y más en Andalucía.

En el manicomio nos preguntamos todos los locos qué le van a decir a Fidel Castro cuando llegue al cielo. Esa es otra, ¿irá al cielo, al purgatorio, o a lo más profundo de los infiernos? Aquí hay división de opiniones. Desde luego, llegue a donde llegue, como lo dejen maniobrar, no hay quien lo quite del sillón celestial o del rescoldo de las ascuas perversas. En lo que estamos todos de acuerdo es en lo mucho que le gustaba el poder. Era algo enfermizo y obsesivo, con lo cómodo que se está en el sofá viendo Sálvame, aunque no haya quien te salve. A la gente es que le gusta complicarse la existencia. Pero encima te dicen que lo hacen por el bien del pueblo. Y de la puebla.

Afirman que Fidel quería un mundo más justo y que apoyaba a los más débiles. Pero ¿no había nadie más que él para tamaña empresa? ¿Los demás cubanos en su totalidad eran tontos y él el más listo o es que ser comandante en un momento dado es ser comandante para los restos? Fidel derribó a Batista (parece que se lo merecía), aunque después ejerció el poder durante 47 largos años a golpe de propaganda, de programas de televisión y del manejo constante del blá,blá,blá, ¿les suena?

A Franco le pasó algo por el estilo, aunque de forma más cutre y en la otra dirección. Ambos hubieran dado la vida por continuar eternamente. La dieron a regañadientes, porque no tuvieron más remedio que darla, y porque el destino les impuso el finiquito forzoso. Fidel aguantó lo indecible, como diciendo que sin mí ibais a estar apañados, papafritas, y también con el equipo médico habitual de un sitio para otro.

Eso de la limitación del poder pone a muchos políticos los vellos como agujas de coser. Si por ellos fueran, se ponían un palo en las espaldas como el Cid Campeador y se montaban en un caballo de acero que aguanta más que de carne y no hay quien se lo coma. La cosa es no dejar el poder. Aquí en España sabemos mucho de este asunto y más en Andalucía.

En el sur estamos hasta los mismos de los imprescindibles, de los que se autodenominan lo que no son, de los que mantienen la lucha contra la oposición por la única razón de aferrarse ellos a la butaca, de los hipócritas que con la boca dicen una cosa y con la cabeza no piensan en otra cosa más que en sí mismos. No me cabría aquí la lista de los andaluces que llevan en el poder toda la vida de Dios cambiando de puestos y yendo como las palomas de plaza en plaza.

Lo mismo le ha pasado a Fidel Castro, salvando las distancias. Se fue a los 90 años, porque el hermano estaba hartito de esperar y ya no podía llevarse a la boca ni las pastillas. Y es que la mayoría, como no sea que la fea venga a por ellos, no se retira ni chocheando. La muerte es la única que sabe e impone las limitaciones al mando sin distinguir absolutamente nada.

Como estamos en la conmemoración del cuarto centenario de la muerte de Miguel de Cervantes, fíjense lo que dice Sancho Panza sobre la muerte:

“–Es el caso –replicó Sancho– que, como vuestra merced mejor sabe, todos estamos sujetos a la muerte, y que hoy somos y mañana no, y que tan presto se va el cordero como el carnero, y que nadie puede prometerse en este mundo más horas de vida de las que Dios quisiere darle, porque la muerte es sorda, y, cuando llega a llamar a las puertas de nuestra vida, siempre va de prisa y no la harán detener ni ruegos, ni fuerzas, ni cetros, ni mitras, según es pública voz y fama, y según nos lo dicen por esos púlpitos. (Segunda Parte. Cap. VII)

Te tocó, Fidel, como nos va a tocar a todos, aunque creíamos que no te iba a tocar nunca, chaval.

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