El Loco de la salina

A Enrique Montiel y al tamaño de su corazón

Llegó un momento en que el público que llenaba el Palacio de Congresos se sintió contagiado por lo especial que fue el acto.

La Isla no para de producir. Ahora se ha vuelto a publicar allí un nuevo libro y tuve que pedir permiso para salir del manicomio por enésima vez. Me preguntó el director qué pasaba en mi pueblo, porque le parecía increíble tanta actividad literaria, cuando de todo el mundo es sabido que en La Isla la gente se mueve menos que la defensa del Cádiz y que el paro es el que manda. Le he tenido que argumentar que, a pesar de todo, algunos paisanos siguen trabajando en silencio y por su cuenta y que no se pueden estar quietos.

Así que el otro día pude asistír a la presentación del nuevo libre de Enrique Montiel Sánchez titulado “El tamaño del corazón”. Ya hacía más de veinte años que Enrique no publicaba nada. En el año 1993 había escrito “Camarón. Vida y muerte del Cante”; anteriormente, en 1987, había parido la novela “Mal de piedra”, que trataba sobre los monárquicos durante el franquismo. Al año siguiente se descolgó con “Calle Comedias”, más cañaílla imposible, y Premio Nacional de la Confederación de Libreros de Cádiz. Siguió “Todo el oro del mundo” y también una serie de estudios literarios sobre poesía.

Después de 1993 se hizo un silencio profundo y su pluma se dedicó a otros menesteres. No voy a mencionar todos los Premios y reconocimientos que ha conseguido Enrique, porque me quiero centrar en el acto que tuvo lugar hace unos días en el Palacio de Congresos con motivo de la presentación de su nueva obra. Es de agradecer que un cañaílla se haya vuelto a enfrentar con los folios en blanco y con la mente dispuesta a volcarse en el papel. Y por fin ha visto la luz esta nueva obra, que representa un regalo para la vista y para los adentros del que la lea. La misma portada, paisaje de bañistas paseando por la playa entre una sugerente niebla, es preciosa, y ya Enrique apuntó que por su belleza la hubiera utilizado para cualquier libro que estuviera dispuesto a publicar. 

El acto fue muy entrañable. No todos los días se escribe un libro y, si ese libro es presentado y comentado por la propia hija del autor, ya es demasiado para el cuerpo. Como la obra trata de una serie de vivencias personales, no es de extrañar que un emocionante nudito se formara en la garganta de la presentadora, cuyo nacimiento fue el motivo y el motor de arranque de su relato.  Admiradora de su padre, no se sustrajo a la idea de leer varias páginas con ese placer propio de quien recibió de él no solamente la vida, sino también la cultura y sobre todo el tamaño de ese músculo interior llamado corazón que es origen de todas nuestras venturas y desventuras.

Llegó un momento en que el público que llenaba el Palacio de Congresos se sintió contagiado por lo especial que fue el acto y estoy seguro de que en los interiores de los asistentes voló especialmente ese sentimiento de sana envidia que todos podemos llegar a sentir y que nos hace reflexionar sobre la razón de la existencia y sus aspectos positivos. La obra trasluce el poder de la observación cariñosa y es imposible escribirla con un corazón pequeñito. Ya se sabe que La Isla es muy especial y que muchas veces valora más lo ajeno que lo propio. Sin embargo, yo, aunque esté loco perdido, aún conservo la lucidez suficiente para proclamarme orgulloso de que Enrique Montiel sea mi paisano y de que escriba tan bien como lo hace, aunque no con la frecuencia que debiera. Si usted no ha leído “El tamaño del corazón”, eso que se pierde.

Por todo ello y porque la vida es más breve de lo que deseáramos, te ruego, Enrique, desde este manicomio, que no nos hagas esperar otros largos veinte años para saborear tus nuevas novelas, porque estaremos, si estamos, para sopa calentita. Gracias y enhorabuena.

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