El Loco de la salina

El infierno está lleno de desagradecidos

Se marchó nuestro alcalde D. José Loaiza y digo yo que algo bueno habrá hecho por su ciudad o al menos lo ha pretendido. Y ahí entra ya la clase, el biennacido, el agradecido.

Ya se apagaron los farolillos. La fiesta se acabó, y las luces, más tenues, van dejando en el ambiente un clima realista y rutinario. Unos políticos han cerrado sus maletas y se han marchado; otros acaban de abrirlas y están colocando sus adornos en los nuevos despachos. Unos se van mosqueados; otros, los menos, se van liberados de la carga. Unos tiran la toalla y se piensan dedicar a sus cosas; otros, la mayoría, no se van ni poniéndoles chinchetas en las butacas. En fin, que los que entran de nuevo tienen como meta cambiar el mundo, y los que salen se van sabiendo que el mundo los ha podido cambiar a ellos. En todo caso, el político español en general, aparte de pretender a toda costa eternizarse en el poder, tiende a no reconocer lo que ha hecho el adversario. Todo lo que haga el otro es malo y todo lo que haya hecho bueno hay que esconderlo. Y este loco no está de acuerdo con eso. Las cosas hay que reconocerlas y por reconocerlas no pasa nada, sino que muy al contrario dignifica a quien lo hace. Se marchó nuestro alcalde D. José Loaiza y digo yo que algo bueno habrá hecho por su ciudad o al menos lo ha pretendido. Y ahí entra ya la clase, el biennacido, el agradecido. El estilo cutre de muchos ciudadanos se basa en hundir más al que se cae y en no abrir la boca, ni siquiera para decir gracias por lo poquito que se haya hecho. Y mientras unos brindan por la victoria, que algún día se trocará en derrota, apartan la vista de quien por las cosas de la vida perdió el poder. Este loco es un enamorado del Quijote y lo lee continuamente. Me he tropezado con un pasaje que no dudo en ponerlo aquí, porque habla del agradecimiento y no se anda con chiquitas. Ahí va:


“Finalmente, alzados los manteles, con gran reposo alzó don Quijote la voz y dijo:

—Entre los pecados mayores que los hombres cometen, aunque algunos dicen que es la soberbia, yo digo que es el desagradecimiento, ateniéndome a lo que suele decirse: que de los desagradecidos está lleno el infierno. Este pecado, en cuanto me ha sido posible, he procurado yo huir desde el instante que tuve uso de razón, y si no puedo pagar las buenas obras que me hacen con otras obras, pongo en su lugar los deseos de hacerlas, y cuando estos no bastan, las publico, porque quien dice y publica las buenas obras que recibe, también las recompensara con otras, si pudiera; porque por la mayor parte los que reciben son inferiores a los que dan, y así es Dios sobre todos, porque es dador sobre todos, y no pueden corresponder las dádivas del hombre a las de Dios con igualdad, por infinita distancia, y esta estrecheza y cortedad en cierto modo la suple el agradecimiento. Yo, pues, agradecido a la merced que aquí se me ha hecho, no pudiendo corresponder a la misma medida, conteniéndome en los estrechos límites de mi poderío, ofrezco lo que puedo y lo que tengo de mi cosecha; y, así, digo que sustentaré dos días naturales, en mitad de ese camino real que va a Zaragoza, que estas señoras zagalas contrahechas que aquí están son las más hermosas doncellas y más corteses que hay en el mundo, excetando solo a la sin par Dulcinea del Toboso, única señora de mis pensamientos, con paz sea dicho de cuantos y cuantas me escuchan.

Oyendo lo cual Sancho, que con grande atención le había estado escuchando, dando una gran voz dijo: ¿Es posible que haya en el mundo personas que se atrevan a decir y a jurar que este mi señor es loco? Digan vuestras mercedes, señores pastores: ¿hay cura de aldea, por discreto y por estudiante que sea, que pueda decir lo que mi amo ha dicho, ni hay caballero andante, por más fama que tenga de valiente, que pueda ofrecer lo que mi amo aquí ha ofrecido?”
Así pues, agradecido. Señor Loaiza, por todo lo bueno que haya podido hacer por mi ciudad, que de lo malo ya habrá multitud que lo critique.

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