El Loco de la salina

Impresionante

Un hotel de Chiclana ofrecía a un precio tirado una semana enterita para una desintoxicación tecnológica a las bravas.

Noticia gorda: Un hotel de Chiclana, del que no digo el nombre para no hacer propaganda gratis, ofrece una semana a precio muy bajo para una profunda desintoxicación tecnológica de todo el perjudicado que lo desee. Ya en Estados Unidos esa idea se estaba poniendo en práctica, pero los chiclaneros se han adelantado en España. Es que son linces. Cuando lo leí, no me lo creía, pero ahora lo he visto con estos ojitos que se va a comer Montoro, si Podemos no lo remedia, y usted mismo lo puede comprobar en Internet.

Y es que ayer ingresó otro loco en este manicomio. Venía fatal, con los ojos vueltos, las orejas desabrochadas y la boca cambemba. Por un momento creí que venía de alguna guerra; después pude ver que sí. Tuvimos que sujetarlo, porque nada más entrar se fue hacia el televisor y por poquito no se lo carga. Se ve que ha tenido que ser un hombre culto, leído y escribido, pero se le ha ido la olla de una manera brutal. Ya anoche, más sereno, pero todavía nervioso, me estuvo contando su fatídica historia. Resulta que se ha pasado la vida delante de los ordenadores, manejando programas y siempre entre maquinitas y artefactos tecnológicos.

El otro día leyó en la prensa eso, que un hotel de Chiclana ofrecía a un precio tirado una semana enterita para una desintoxicación tecnológica a las bravas. Y el pobre mío, como además vive encadenado a los móviles, no lo pensó dos veces. Se fue para allá y se apuntó, porque veía que, aparte de sus dedos atrofiados, tenía también el culito encallecido y sobre todo su cerebro totalmente plano. Dice que nada más llegar al hotel, en la misma recepción, le quitaron los móviles, el ordenador, la tableta, el maletín con el Fax, la calculadora y hasta el reloj. Y además, en su habitación no había ni televisor, ni teléfono, ni nada que se le pareciera. Me contó que el primer día, quizás por la novedad, no le dio tiempo a darse cuenta del tema y se dedicó a dar vueltas por la habitación.

Pero el segundo día notó que lo que le pedía el cuerpo era subirse por las paredes y tirarse de cabeza desde el techo. Estuvo toda la mañana tecleando en la tapa de la mesita de noche, pero sus dedos le pedían más movimiento y terminó por meter las manos en el lavabo y por jugar a salpicar a ver si así se le pasaba el mono. Por la tarde la cosa se agravó y se puso a gritar pidiendo que le llevaran algo que echarse a la vista o al oído, porque no podía resistir más. El tercer día fue el peor. Se puso a hablar por teléfono sin teléfono con seres imaginarios que por lo visto le seguían la corriente. Estuvo de charla todo el día hasta que a las tres de la mañana le dieron unas pastillas para la sequedad de boca. El cuarto día no lo ha soportado, era superior a sus fuerzas. Se lo han traído para acá directamente. Aquí en el manicomio ya ha entrado agresivo y, como vea un móvil o un televisor, pierde los papeles y se va a por ellos.

No sé yo qué pasa con estas enfermedades modernas, pero después de ver el panorama que me ha dibujado mi nuevo amigo, he sacado varias conclusiones. La primera es que al paso que vamos se van a acabar las plazas vacantes en los psiquiátricos. La segunda es que los chiclaneros se siguen adelantando al futuro como es su costumbre. La tercera es que, habiendo seguramente en La Isla gente intoxicada tecnológicamente, nadie se ha preocupado de atenderlos en condiciones. La cuarta es que, como esto siga así, vamos a terminar dejando de hablar, de escribir y hasta de respirar. Y la quinta y última es que, como consecuencia de tanta tecnología y tanta información, es normal que algunos políticos nos sigan tomando por imbéciles, cosa en la que nos estamos convirtiendo poquito a poco para su conveniencia.

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