El Loco de la salina

Pedazo de calle Real

Otra solución es que la justicia dijera: a ver, ¿quién ha hecho esto? ¿Usted? Pues usted no se mueve de esta calle hasta que la deje en condiciones.

Ya estamos acostumbrados en este bendito país a que cada vez que surge algún problema o alguna cosa que venga doblada, rápidamente se monta una comisión de investigación o una plataforma o una de esas mesas redondas o cuadradas para buscar la manera de solucionar el tema en cuestión o al menos para sacar un rato la lengua a pasear. Muchas veces estos montajes no sirven más que para marear la perdiz y terminar diciendo que hay que montar otra cumbre pero con más ginebra. Hay gente que disfruta organizando comisiones.

Pues bien, no me explico por qué no se monta ya una buena mesa en La Isla y nos dedicamos a fondo a ver cómo se puede aprovechar de la mejor forma posible ese pedazo de calle Real que tenemos, que por otra parte es un lujo para cualquier pueblo del mapamundi. Hay que decirlo así: la calle Real está desperdiciada. Es como el que tiene en su casa un diamante y no lo quiere sacar nunca a lucirlo.

Se podrían hacer muchísimas cosas en esa calle. Lástima que uno se tenga que encontrar con quinientas lozas sueltas por falta de cemento y por culpa de quien las puso. Son chapuzas que no tienen explicación, que nos han costado a todos un riñón y que habrá que ponerlas otra vez como Dios manda dejando en el camino trabajo, tiempo, esfuerzo, y sobre todo el dinero de los contribuyentes de siempre.

Otra solución es que la justicia dijera: a ver, ¿quién ha hecho esto? ¿Usted? Pues usted no se mueve de esta calle hasta que la deje en condiciones. Pero como esto no va a ocurrir, aquí nos tienen jugándonos los tobillos a cada paso y esperando a un tranvía que puede que algún día recorra la principal arteria de La Isla. No sabemos cuándo. A mí me gustaría verlo antes de que los nietos de mis nietos tengan nietos.

Digo todo esto, porque estamos todos viendo el gentío que pasea, se entretiene y goza recorriendo esa calle central de La Isla cuando las inclemencias del tiempo lo permiten. En cuanto aparece una actividad por allí, se arremolina el personal buscando distracción y curioseando lo que haya que curiosear. Ahora tenemos en la Alameda el Mercado que dicen que es medieval o no sé de qué época será, pero qué más da. Te pasas un buen rato viendo pulseras, quesos de todas las marcas, dulces gallegos, platos de barro, paninis, pañuelos y un largo etcétera de cosas apetitosas para el paladar o bonitas para esa pared de la casa en la que no sabemos qué vamos a poner.

Basta que haya un señor que organice concursos de trompos para los niños, para que los chavales se pongan en cola para hacer bailar sus peonzas de plástico últimos modelos. Por cierto, hace tiempo que no veo un triste trompo de madera, de esos que costaban dos gordas y duraban una eternidad. Los de plástico pueden costar 25 euros, que traducido a la edad antigua serían más de 4000 pesetas y cuando te das cuenta ya está listo de papeles. Sin embargo estando en época de crisis raro es el niño que no tiene un buen trompo de colores de los más caros. Estas son las contradicciones de nuestro tiempo. El juego de tirar el trompo y el que gana es el que lo mantiene bailando más tiempo es más simple que el mecanismo de un sonajero. Pues nada, allí están los niños en corro probando fortuna. 

Además, ahora que parece que va en serio lo de arreglar el Ayuntamiento, nuestro más emblemático edificio realzaría aún más una calle Real necesitada de alicientes. Lo dicho, hace falta que las cabezas pensantes de La Isla, entre las cuales no me incluyo por razones obvias, se sienten y lancen una buena lluvia de ideas, porque la cosa merece la pena y le daría a esta ciudad un empujón necesario e imprescindible. Me refiero a un empujón normal, que tampoco hay que pasarse.

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