El Loco de la salina

La Isla amarilla

Y toda La Isla se pregunta lo del cuplé “de dónde saca, pa tanto como destaca”.

El color amarillo siempre ha tenido mala prensa, a pesar de que hasta los niños pintan alegremente el sol con ese color tan vistoso como desdichado. La palabra amarillo procede de amarellus, que está relacionado con amargo, con lo cual la misma palabra ya está anunciando el cenizo. Tengo un amigo que, cuando ve venir a alguien con una prenda amarilla, da la media vuelta y sale huyendo como si del diablo se tratara. La mala fama que tiene el amarillo le viene de varias fuentes. Habrán visto alguna vez cómo se pone la piel de amarilla cuando se padece ictericia u otras enfermedades vinculadas a la bilis. Más amarilla que la camiseta del Cádiz. Ahora nos podremos explicar el por qué ese club es incapaz de subir a Primera, y, cuando lo ha hecho, se ha debido a la mejoría momentánea del enfermo. Hasta el himno carnavalero de Manolito Santander comienza: “Me han dicho que el amarillo está maldito “pa” los artistas…”

Los actores de teatro huyen a toda pastilla del amarillo, porque creen que ese color les va a traer mala suerte. Todo tiene su historia. En febrero de 1763 (ya ha llovido) el dramaturgo francés Moliere (en realidad se llamaba Jean-Baptiste Poquelín) llevó a la escena su obra “El enfermo imaginario”. En la representación Moliere vestía de amarillo y a las pocas horas del estreno de la obra se sintió indispuesto y murió. Desde entonces el amarillo cogió tal gafe que aquí nos vemos metidos en el siglo XXI arrastrando coincidencias, desdichas y supersticiones.

Pero la gente no escarmienta. Ahí tienen a Mariano. No sabe Rajoy el riesgo tan grande que ha corrido echando un par de días en China, donde el color amarillo es el que manda y donde el gafe lo persigue confundiendo Juan Carlos I con Juan Carlos II, rey inexistente en la historia de España, que yo sepa. Para colmo parece que entre otras cosas ha ido a venderles a los chinos 200.000 toneladas de alfalfa anuales. Calcule la cara tan encajada que habrán puesto los chinos ante una indirecta tan directa. Y es que estamos algo dolidos por la invasión amarilla que estamos padeciendo.

La Isla se está pasando del azul al amarillo y eso es lo que nos faltaba. Todavía se discute sobre si San Fernando debería conservar ese nombre, o llamarse La Isla de León, o La Isla a secas…Poca discusión admite el tema. Podría llamarse perfectamente La Isla amarilla. Hay chinos por todas partes. Hay más chinos que en las calles antiguas. Al ritmo y a la velocidad que están cogiendo estos señores asiáticos no me extrañaría que en los próximos años en La Isla dejaran de existir las casas particulares; solamente habrá tiendas de chinos. A todo un eulo. A la vista está que les sobran billetes, personal y ganas de trabajar. No tienen ni idea de lo que es un candado, porque no cierran nunca.

Mientras tanto siguen acaparando locales cada vez más céntricos. La última en la frente: “Cañas y adobo”. Y porque la Iglesia Mayor todavía no se ha puesto a tiro, pero cualquier día se van al obispo y lo ponen a cavilar. No me digan que el sitio no es ideal para llenarlo de tiestos tanto por la amplitud como por la altura. Venden de todo lo que uno se pueda imaginar y a todas horas. Nos han cogido la medida y saben que si un domingo te hace falta un colador, por poner un ejemplo, allí lo tienes. Todo cuela. Te va a durar dos días, pero lo suficiente para salir del apuro y quitarle a la leche la nata que al niño no le gusta. Ha llegado un momento en que nadie se plantea competir con ellos.

Y toda La Isla se pregunta lo del cuplé “de dónde saca, pa tanto como destaca”. Y más preguntas: ¿Pagan sus impuestos como cualquier cañaílla? ¿Van por libres y fuera de las reglas del juego del comercio? Algunos van más lejos: ¿Habrá ido Rajoy a la gran China a ver si se quedan con La Isla por un módico precio? No me extrañaría lo más mínimo. Siempre hemos sido moneda de cambio.

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