El Loco de la salina

Los niños y las maquinitas

La niñez se inventó para ir fortaleciendo los pequeños cuerpos y enfrentándolos a la vida.

Estaba yo pensando (es un decir) que todo tiempo pasado fue mejor. Por lo menos en algunas cosas. Aquella niñez que vivimos los que tenemos más años de los que quisiéramos tener no tiene nada que ver con  la niñez que observamos y sufrimos cada día en casa o por la calle. Hay que reconocerlo con sinceridad y acojonamiento: las maquinitas se han adueñado del cerebro de nuestros niños. Ya no son niños, ya son extensiones electrónicas e hijos de una tecnología insaciable. Y más vale reconocerlo que andar mareando la perdiz. Señores, esto ha cambiado totalmente. Esas maquinitas insensibles, plastificadas, frías y sin corazón han ido ganando terreno bajo una capa de modernidad y nos están llevando a su triste y silencioso mundo. Y los locos creemos que ya es demasiado tarde para ponerle remedio a este espinoso asunto. Vamos a relejarnos y a tomarnos el tema con resignación. Yo no solo le veo poca solución al problema, sino que esto va a ir a más y a peor.

La niñez se inventó para ir fortaleciendo los pequeños cuerpos y enfrentándolos a la vida. Así la hemos pasado generaciones y generaciones. Jugando en la calle, saltando, escondiéndonos, montando en bicicleta, corriendo…Ahora la niñez no se mueve. Está más quieta que la defensa del San Fernando. Las maquinitas han dictado que para encontrar la felicidad hay que estar inmóvil y con la vista muy atenta a la pantalla. La niñez de ahora no tiene ojos más que para las diabólicas maquinitas inventadas por chinos y americanos. Los niños de esta generación ni ven ni quieren ver más allá de sus propias narices. Se les habla y no contestan, porque al parecer lo más importante en ese momento es el fulano musculoso que sale en la pantallita pegando tiros y abriéndose paso como un energúmeno entre pasillos tortuosos y monstruos deformes. Intentas darle al niño la mano en señal de saludo o la ofreces al choque como los jugadores de baloncesto y ni te miran, porque las manos las tienen superocupadas con los botoncitos de la maquinita. ¿A dónde vamos a ir a parar? Llegan a casa y por lo visto el único e importante problema que tienen los niños es buscar el cargador para que al día siguiente la maquinita dichosa esté lista para empezar otra vez a viajar por las nubes de una imaginación artificial. Si hacen la tarea del cole y sacan buenas notas es porque recibirán a cambio el gran premio de una maquinita ultramoderna. Así vamos entrando todos en un juego macabro increíble.   

Hubo un tiempo en que teníamos tiempo para perder el tiempo, pero hoy es distinto. Si nos metemos a profetas, podemos adivinar lo que nos va a venir encima según vayan pasando los años. En primer lugar, los niños terminarán por no hablar. ¿Para qué? Hablarán solamente con la maquinita, que les irá diciendo lo que tienen que hacer. Ya se sabe que aquello que no se utiliza se anquilosa y llega a convertirse en otra cosa. ¿En qué se convertirá la lengua? Pues en algo que llevaremos de adorno dentro de la boca como los badajos de las campanillas que guardamos en algún cajón del recuerdo. Tampoco sabrán escribir, y la escritura tal como la conocemos hoy pasará a mejor gloria. Las faltas de ortografía no tendrán la más mínima importancia. Ya la maquinita se encargará de que no te distraigas con tonterías.

Los niños serán pedacitos de carne sedentaria y desarrollarán los ojos mucho más hasta que sus miradas se conviertan en algo amorfo y sin sentido. También los dedos se estirarán hasta el infinito e incluso estoy por decir que no me extrañaría que en un futuro próximo se desarrolle un sexto o un séptimo dedo, cosa necesaria para atender mayor cantidad de botones.

En fin, que, visto lo que estamos viendo, me causa terror pensar en qué clase de mundo nos espera. O mejor dicho, les espera a los que vengan detrás, porque este que está aquí ya mismo está haciendo la maleta y largándose a otro sitio más divertido

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