El Loco de la salina

Hombres y mujeres de La Isla

Queden aquí por escrito los sentimientos de este majareta hacia ellos.

Me he tomado un descanso en el camino, porque, si los locos no nos cuidamos un poquito, nadie nos va a cuidar y podemos caer de golpe en la rutina o el decaimiento. De modo que aquí estamos otra vez para comentar con ustedes las cosas que suceden en La Isla y las que le pasa a uno de vez en cuando por esta desquiciada cabeza. Ustedes no me habrán echado de menos, pero me echaba de menos yo a mí mismo y por eso hay algo dentro de este loco que le impulsa a escribir cada semana sus vivencias, aunque muchas de ellas les parezcan disparatadas. Han pasado pocos días, pero todavía hierve en el ambiente el acto que tuvo lugar en el Real Teatro de las Cortes el pasado domingo. Se le dio su medalla al Tribunal Supremo para que no decaiga la categoría que se ha estado manteniendo a lo largo de estos años eligiendo para este acto a personalidades distinguidas y herederas de cuanto se fraguó en esta tierra hace ahora 203 años.

A continuación se concedieron cuatro medallas de la ciudad. La primera, cuya intención era destacar la solidaridad, fue para El Pan Nuestro del recordado padre Juan Jiménez Zayas, cuyo esfuerzo estuvo siempre puesto en poner en práctica lo que está escrito claramente en el evangelio, aunque algunos nos olvidemos del tema: dar de comer al hambriento. Medalla merecida, sobre todo por los tiempos que corren, en los que simplemente comer se ha llegado a convertir en un asunto de primera necesidad. Su labor fue continuada por Gema Pery y actualmente por su presidenta Rosa María Giner, quien con otras 40 desinteresadas personas hacen posible cada día que mucha gente pueda tener alguna comida caliente que llevarse a la boca. Que no decaiga por el bien de las personas necesitadas.

La segunda medalla, dedicada a la docencia, fue para Pepe Quintero, persona a quien este loco admira por su trabajo constante y por su desvelo hacia todo lo que se cuece en La Isla. Ha sido uno de los grandes impulsores del espíritu de 1810, coordinador de actividades del Bicentenario y hombre sencillo que siempre puso su amor a esta tierra por encima del aplauso de sus paisanos. Por tu humanidad y por saber estar recibe, Pepe, un abrazo de este loco y muchas felicidades por ese reconocimiento que ha tenido la ciudad contigo.

La tercera medalla, también dedicada a la docencia, fue para Juan Torrejón, hombre que se ha hecho a sí mismo a través del estudio y del trabajo de investigación histórica, y que domina perfectamente los entresijos de nuestra historia. Yo me alegro de este reconocimiento no solo por la amistad que nos une, sino también porque esa distinción ha sido más que merecida. Hablar con él, aunque sea un ratito, de las cosas olvidadas que sucedieron y que suceden en La Isla es un auténtico lujo. Te deseo, Juan, que esa medalla te sirva para seguir ahondando más en nuestro pasado, que al fin y al cabo es el padre de nuestro futuro.    

Finalmente se concedió la cuarta medalla de la ciudad a Sara Baras. Medalla enfocada hacia el arte y muy merecida por cuanto Sara ha paseado el nombre de La Isla por todas partes y lo sigue paseando por dondequiera que va. Eso no tiene precio. Este loco quiere enviarle un beso a Sara, a quien conoce desde pequeña y a la que ahora sigue de lejos por los admirables espectáculos que ofrece. Digo lo mismo con respecto a su madre Concha. Dos bailaoras cañaíllas de postín, de tal palo tal astilla, por las que debemos sentir un orgullo especial. Un sincero abrazo para las dos y para Tano, padre de la criatura y mejor persona.

Por tanto, este loco, que no ha podido ir al Real Teatro de las Cortes, tenía la necesidad de hacer  un reconocimiento público a estas cuatro personas, paisanos ilustres, que engrandecen a un pueblo como el nuestro tan necesitado de gente puntera.

Queden aquí por escrito los sentimientos de este majareta hacia ellos como una muestra de cariño por su labor.

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