El Loco de la salina

La Isla y sus vergüenzas

Verá también el contraste entre el Zaporito, que es nuevo y precioso, y la porquería increíble que lo rodea. Son las vergüenzas de esta Isla.

He podido leer en este periódico que por lo visto el Ayuntamiento ha puesto el año pasado 244 multas a dueños de perros, de las cuales 191 son por dejarlos sueltos, 49 por defecar en la vía pública (los perros, se entiende) y 5 por mordedura (de los perros por supuesto). Se ha quedado muy corto, sobre todo con los 49. Señores del Consistorio: aquí los perros defecan más que respiran. Este tema puede ser para ustedes una auténtica mina de oro. Los ingresos que podría conseguir el Ayuntamiento poniendo unas multas totalmente justas a los incivilizados de sus dueños pueden ser incontables. Con ese dinero hasta podría adquirir un coche o dos para que la Policía Local pudiera transportar a los chorizos. También se podría bajar la basura a la gente normal y subirla a todo el que atrinquen dejando las cacas de sus queridos perros en la vía pública para que las sufran los demás.

Ya sé que no pueden pagar justos por pecadores, pero está La Isla de mierdas de perros que es para verla y no pisarla. El otro día estuve observando cómo un señor (palabra generosa en este caso) procedía con su perro. Al animal le entraron ganas de soltar amarras y se plantó tirando de la correa junto al bordillo de la acera. Soltó todo lo que tenía que soltar y al parecer el hombre no se esperaba aquello, es decir, que le cogió por sorpresa, con otras palabras, que no había calculado que cuando un animal dice que aquí estoy yo, la cosa sale tarde o temprano. El señor miró alrededor con cara de inocente y, mire usted por donde, no llevaba en sus manos ni una triste bolsa para recoger la mierda canina. Volvió a mirar alrededor y viendo que no había nadie al acecho, excepto yo que estaba al liquindoy, comenzó a darle a los pringosos mojones pataditas para bajarlos de la acera a la calzada sin conseguir otra cosa que agrandar el problema. No era caca dura, por lo que podía deducirse la soltura del animal y las pocas luces de su dueño que se puso el zapato como para darle tinte, marrón por supuesto. Terminada la faena, los dos, dueño y perro, siguieron paseando como si tal cosa. Y ahora qué hago yo ¿lo educo en cinco minutos sin que me parta la cara por el atrevimiento? Llegué a la conclusión de que esto solamente se arregla con unas buenas multas a todos aquellos que no solamente pasan de sus paisanos sino que además les tiran la caca de sus perros a la cara y sobre todo a sus pies.

En el fondo todo esto es un problema de educación. Y hablando de mierda en general les voy a proponer una cosa: cuando quieran y puedan, vayan a dar un pequeño paseo desde donde está la Piscina Municipal de la Magdalena hasta el fondo siguiendo la balaustrada del caño que conduce al Zaporito. Y después me lo cuentan. No puede una ciudad ser más guarra. El fango, que podría ser el más limpio del mundo, porque el agua se va renovando dos veces al día con las mareas, está lleno de botellas, de desperdicios, de porquerías…Y el mismo paseo, a lo largo de cual crece una hierba asustadiza y que podría competir en belleza con cualquier rincón de Andalucía, está plagado de papeles, latas de cualquier cosa, basura…, exactamente como si en este pueblo vivieran animales incivilizados y no personas normales. Yo, de verdad, a pesar de estar loco de remate, me apunto con los cuerdos que quieran apuntarse a llevar unas cuantas bolsas industriales y a dedicar unos días a recoger aquello y dejarlo más o menos en condiciones. Pero con la única condición de que al día siguiente de terminar la limpieza, el Ayuntamiento ponga allí a un guardia o una cámara que controle a los cochinos de turno para que se les caiga el pelo aunque sean calvos. Si no me cree, vaya usted y verá que lo que digo no es una calumnia. Verá también el contraste entre el Zaporito, que es nuevo y precioso, y la porquería increíble que lo rodea. Son las vergüenzas de esta Isla.

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